Cuerpo habitado
Esta reflexión está relacionada conmigo mismo, quien siendo niño decidió conocer el cuerpo, a través de diferentes actividades físicas, como por ejemplo: el trepar un árbol para sentarse a contemplar el sonido melodioso del agua, que se acumulaba para formar el río, cómplice de mis alegrías y mis baños a escondidas porque desconocía el cómo nadar. Ese río bajaba acariciando y a la vez puliendo las formas de las piedras, que puntiagudas se rendían a la suavidad del agua.
Entonces, desde niño empecé a conocer y entender el cuerpo que habitaba para correr, trepar, saltar, bailar y nadar zambulléndome en tanta agua contenida por aquel río; descubriendo que el agua me mojaba, cuando chapoteaba por no ahogarme, en los momentos más divertidos de mi vida, para hacer del ocio mi único refugio, donde con movimientos y sonrisas escondía la incertidumbre de lo que podría pasar si alguna vez desapareciera mis ganas de moverme para jugar.
Fue en el río, que comprendí que el baño dejo de ser una norma de casa, para convertirse en un placer para mojarse con toda la libertad de mi existir disfrutando tanta riqueza del ocio que uno posee cuando niño y pierde por voluntad propia al crecer. Seguro de quien era, estaba dispuesto a continuar moviéndome sin parar de caminar, correr, trepar, saltar, bailar y jugar.
Ya había crecido, conociendo y entendiendo, que desde que estamos vivos habitamos el cuerpo que poseemos, y de una manera inconsciente, nos conectamos con el mundo terrenal, donde nos interrelacionarnos entre los seres vivos, nos convertimos en cuerpo, porque nos identificamos con o desde un lugar específico de nuestra existencia de cuerpo, que nos permite ser en algún grupo social de sujetos similares en pensamiento e inclinaciones socioculturales, donde, su primer sello de identificación -ante la comunidad- es el cuerpo.
Ese cuerpo que llevamos, cargamos, soportamos y habitamos en un contexto determinado para encontrarnos y entendernos con el movimiento, porque tenemos la necesidad de movernos para hacernos visible en lo invisible de la cultura artística caleña, la cual, la han comercializado para hacer del cuerpo un lugar impactante y competitivo del ser egocéntrico que se ha deshumanizado, por comercializar su propio estilo de ser.
La experiencia de mi cuerpo empezó por los dedos de los pies; los pies, tobillos, piernas, rodillas, muslos, caderas, genitales, nalgas, abdomen, dedos de las manos, manos, muñecas, antebrazos, codos, brazos, pecho, hombros, cuello, labios, nariz, pómulos, parpados, ojos, cejas, frente, orejas, cabeza y cabello que a diario me acariciaba en los baños con la coca o el baño de trapo, que aprendidos en casa, y se quedaron en mi memoria hasta ahora que decido manifestarlo con el lenguaje de las palabras.
Sabía que mi cuerpo; también, era observado por otros ojos diferentes a los míos, porque siempre existe un espectador; quien silenciosamente observa nuestras escenas del gran espectáculo de la vida; así, llegamos al cuerpo sensorial, porque sentimos la necesidad natural de oler, escuchar, tocar, saborear y expresar algo a alguien con el cuerpo. Escultura artística de variedad de colores; de formas redondas, alargadas, anchas, finas y delgadas… Ese era mí cuerpo… humano, donde, los segmentos se unen y están capacitados para realizar infinidad de movimientos, que se dan en diferentes orientaciones, planos y niveles.
Toda experiencia en mí vida es, será y terminará resonando en mí cuerpo, y aunque todos los seres humanos tienen cuerpo, pocos somos conscientes de la verdadera existencia del cuerpo. Y cuando hago referencia a “ser cuerpo”, estoy hablando, específicamente, de la comprensión que se tiene del cuerpo para controlarlo, moverlo, aquietarlo y vivirlo en la existencia de los desafíos –continuos- que nos depara lo cultural, educativo, espiritual y moderno del hombre con sus cuerpos.
Mi cuerpo es una unidad funcional de conocimiento motor-cognitivo, porque me ha permitido entrar en contacto con mi mundo interno que desde el movimiento atraviesa las fronteras de las barreras contextuales, para comunicarse con el mundo externo; donde, los limites hay que considerarlos pero no soportarlos como barreras, que se imponen en nuestros caminos, por lo cual es necesario construir otras dinámicas diferentes del cuerpo habitado; es decir, que a través de mi cuerpo accedo a conocer y entender el mundo en el que puedo vivir.
Dominarme y “controlarme como cuerpo, me ha permitido adquirir un equilibrio en lo físico, sensorial, emocional y sociocultural de mí vida en la danza y con la danza.
Continuara para la próxima reflexión: Mi cuerpo que danza…