Cuerpos, violencias, exclusiones
RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de Doctorado Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia. Doctorado Interinstitucional en Educación – Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, Colombia y Universidad del Valle, Cali, Colombia
DE CARA AL TEXTO[1]
Si los niños pueden ser involucrados en esta vorágine de destrucción y amenazas de múltiples riesgos, el soporte institucional que le daba cierta seguridad a la vida psíquica, se encuentra totalmente desfondado
(Villamil Uriarte y Cortés Solís, 2013:219)
, constituyen una plataforma de actuación para la violencia, que se instala como un saber distante y extraño y atrapa al cuerpo en juegos desiguales determinando una relación asimétrica entre quienes la padecen y quienes la propician, asuntos muchas veces inconscientes por parte de los unos y de los otros. En esta pugna constante entre violentos y violentados se juega todo este material que le entrega al poder un punto de engranaje desde donde desplegarse y es en el cuerpo, lugar de encarnación y realización de lo humano en el mundo, en donde se sitúan sus efectos. La violencia en escenarios domésticos o públicos vulnera la integridad y destruye el arraigo porque actúa en el cuerpo que sufre des-identidad, de ahí que el efecto sea el no lugar, el lugar de nadie y que la potencia que podría emanar del drama vital se doblegue ante la intimidación y la amenaza. La violencia en el cuerpo amplifica su efecto en tanto moldea y somete la naturaleza humana en términos de la estructura social completa, así, se excluye cualquier posibilidad de expresión de la diferencia. La superioridad que impone subordinación cosecha pasividad, miedo, parálisis, el cuerpo aparece inerme, vejado, amputado.
DISPOSITIVOS DE CONSTITUCIÓN DEL CUERPO DE LA VIOLENCIA
Los dispositivos de constitución de los imaginarios colectivos, secularizan discursos y hegemonizan formas de representación de los fenómenos que validan socialmente, modos admitidos de violencia social como es el caso del secuestro, un fenómeno de violencia instituida que representa la difusión del miedo y del terror, “cuya impunidad produce en sus víctimas sentimientos de indefensión que las marcan traumáticamente y que en muchas ocasiones, son irreversibles” (Villamil Uriarte & Cortés Solís, 2013:217), o, cuando no se admite sino parcialmente la responsabilidad de las acciones violentas y se las justifica como producto del desajuste o el desborde emocional. Se presume que al estar movilizada por los impulsos de quien la ejerce, es involuntaria. La violencia entonces, es naturalizada por el discurso público vigente como un producto comprensible del dolor en el caso de la violencia intra familiar o de los conflictos entre grupos y comunidades -las vendettas-, o como una estrategia de control autorizada y orientada en procura del bien común -acabar con algunas vidas para salvar otras o agredir físicamente ciudadanos para deshacer una manifestación pública-.[2] Las violencias doméstica, de género y simbólica, afirma Monárrez Fragoso, también se imponen con la aquiescencia, la pasividad y la tolerancia de un estado masculinizado que se aprende desde la niñez: “el feminicidio sexual sistémico es el asesinato de una niña/mujer cometido por un hombre, donde se encuentran todos los elementos de la relación inequitativa entre los sexos: la superioridad genérica del hombre frente a la subordinación genérica de la mujer, la misoginia, el control y el sexismo. No sólo se asesina el cuerpo biológico de la mujer, se asesina también lo que ha significado la construcción cultural de su cuerpo, con la pasividad y la tolerancia de un estado masculinizado” (2013:950). De esta manera, las perversiones, la homofobia como dispositivo de control y los cuerpos menores abusados, lesionan la dignidad de la vida y ponen en duda la calidad de la presencia humana en el mundo.
Los estudios de género permitieron identificar, además de la inequidad que existe entre mujeres y hombres, el orden que sustenta tales diferencias y que se estructura como parte de la cultura de género. Ese ordenamiento es resguardado por diversos patrones que promueven tanto su aprendizaje como su reproducción a través de procesos de naturalización y posterior interiorización en los sujetos. Adicionalmente, la sociedad ha creado diversos mecanismos para mantener dicho orden. Homofobia como dispositivo: control social que es usado para mantener la hegemonía y naturalización de los modelos ideales de ser hombre y de ser mujer, además de evitar la desviación (Laguna-Maqueda, 2013:205).
La cultura de género y el orden que deriva de ella, agrega Laguna Maqueda, influyen en todos los aspectos de la vida de los cuerpos, ya que moldea, jerarquiza y define las prácticas, los espacios, las relaciones y, en general, toda la actividad humana y la estructura a partir de la cual se construye socialmente lo que significa ser mujer y ser hombre. Vemos como el cuerpo del hombre se narra y se registra en la prensa, por ejemplo, en particular cuando sus apariciones se refieren a delitos en los que el cuerpo aparece castigado u odiosamente agredido:
(…) la mayoría de los estudios actuales abordan la aparición del cuerpo humano en los medios de comunicación haciendo hincapié en la figura femenina que es abusada por la publicidad y por el morbo consumista [Traversa, 1997]; siendo presentados dichos cuerpos desde el eros vital (aunque a veces pornográfico) y no desde el tánatos fatal con el que se solazan los mismos medios al narrar las historias que involucran a los hombres; en particular a aquellos que hacen parte de estructuras urbanas marginalizadas (pandillas, barras bravas o bandas organizadas al servicio de estructuras criminales como el narcotráfico), mismas que recurren a la violencia como “método” de mediación en contextos convulsos como aquellos en los que su misma actividad ilegal hace imposible dirimir un conflicto por la vía pacífica o normativa (Valencia Giraldo, 2011:1004).
En este mismo tenor estan los pánicos sexuales como el de los sacerdotes pedófilos, que establecen un campo que incita a una toma de lugar, en una dicotomía entre lo angelical y lo monstruoso, lo racional y lo irracional, lo sano y lo enfermo, en donde los medios de comunicación, según Hernández Carrasco (2013), ocupan un lugar crucial al difundir una figura producida por la mirada clínica y el orden jurídico, escenificando episodios escandalosos alrededor de estas figuras de perversión; o, como en la separación que poco a poco se ha ido estableciendo entre reproducción y sexualidad, generando una nueva política sobre el cuerpo dictada por los medios y el mercado y no por la clínica, y materializada en “productos de consumo -sanitarios, vientre de alquiler, pornografía, óvulos, viagra, sustancias sintéticas-, a la manera de un aparato fármaco-pornográfico, auspiciado por el capitalismo hiperconsumista y sus nuevas estrategias biopolíticas y modos de gobernabilidad, argumenta el autor” (p. 316). Por su parte, la violencia en las aulas se hace merced a un cuerpo altivo que se muestra inalcanzable y esquivo. ¿Sería el cuerpo educable?, o, ¿sería el último residuo de la naturaleza indeterminada en nosotros?, motivo por el cual, ¿la violencia significaría un estado permanente de tensión para el cual debemos estar preparados? (Telles de Castro & otros, 2013). Es preciso, dicen estos autores, reconocer las fuentes reales y los distintos orígenes de la violencia para que podamos dimensionar sus alcances y así mismo, el alcance de nuestras acciones educativas. Toro Carmona, apoyando lo anterior, sitúa una mirada crítica a la violencia epistémica que se instala en los escenarios académicos, sociales y culturales, y cuestiona la perspectiva lógica en la que se gestionan y producen los saberes en la escuela, pues dice él, “diseccionan la realidad y la obligan a encajar en las tramas de la razón” (2011:5). La guerra es otro escenario de violencia que entroniza el dolor, la muerte y el sufrimiento, dejando constancia de la miseria humana. En la última década del siglo XX y en estos primeros 13 años del siglo XXI, afirma Mantilla Reyes, se ha establecido una política del olvido y del borramiento oficial que hoy vivimos en Colombia, en los cuerpos de las autobiografías y las memorias en donde “el fuego surge como metáfora del abandono y del olvido, atestiguado por recuerdos como la quema del Palacio de Justicia, por dar un ejemplo, entre otras atrocidades” (2013:2), agrega el autor. Así mismo, el campo de lo estético podría ser un dispositivo de visibilidad del cuerpo violentado, a través de la fotografía que testimonia estas corporeidades de la guerra, afirma Cardona Rodas (2013).
Estas son algunas narrativas que sirven de telón de fondo al entramado discursivo que deja ver el variopinto panorama de violencias y exclusiones que se nos plantea hoy. Así como es efectivo el sometimiento del cuerpo es potente su resistencia. Los cuerpos encuentran vericuetos para pasar esquivos, para levantarse en el perdón, para atravesar el enrejado violento y para hacerle el quite o recuperarse. El cuerpo se procura refugio, se protege. En ocasiones lo hace a costa del propio cuerpo buscando alivio en prácticas que lo agreden y lo deterioran aún más -la drogadicción en prostitutas y el alcoholismo en cuadros depresivos o desesperados-, pero en ocasiones ese mismo cuerpo, resignifica sus espacios -la calle-, como lugar de lucha política (Lukin, 2012).
La violencia al tiranizar el cuerpo lo excluye, pero el cuerpo al alzarse, in-corpora y se incorpora en el drama vital. La moral cruel colombiana; las mujeres literarias borgeanas o la cautiva inglesa que quería ser india, la virgen judeo-argentina auto inmolada y la criolla argentina compartida por los dos hermanos y gauchos argentino-irlandeses; la situación de crisis moral en movimientos de demanda de justicia; la aplicación de WHOQOL – BRIEF en mujeres profesionales del sexo; la violencia basada en las desigualdades de las relaciones de género; la desigualdad entre niños y niñas como génesis de la violencia contra la mujer; y, la producción de heterotopías en el espacio escolar; son algunas de las temáticas de interés que se exploran en esta tendencia discursiva.
CORPORALIDAD: UN LUGAR PARA LA RESISTENCIA
La corporalidad como emergencia de modos de encarnación y realización completa y compleja de lo humano en el mundo, propone cuatro ámbitos de expresión somática que suponen el despliegue del cuerpo en toda su potencia vital: la mismidad; la otredad, la corporatividad y la poiesis (Mallarino, 2010) y que estarían siendo el emplazamiento de un cuerpo resistente, en tanto cuerpo que sabe de sus alcances.
En la mismidad o el encuentro consigo mismo para configurar biografía somática, el cuerpo dispone de:
(…) maneras propias de incorporar-se para enunciar, hacer eco desde la propia voz, reconocerse desde su potencia con otros y entre otros semejantes en la diferencia, y configurar estados mentales que admitan la posibilidad de lo alterado y de lo alterativo (p. 95)
El cuerpo en mismidad puede instituir la violencia y legitimarla en su propia carne cuando se violenta a sí mismo con la palabra, con las acciones, las actitudes, los prejuicios y las exigencias venidas del aparato social, cultural, religioso y jurídico en el que habita. Somos esclavos de imperativos surgidos de necesidades ajenas, somos víctimas de recriminaciones hechas desde la palabra propia, usamos un lenguaje soez para con nosotros mismos y carecemos de generosidad al momento de juzgarnos. Somos presa del tiempo y de los mecanismos que moldean, jerarquizan y definen nuestras prácticas, nuestros espacios, nuestras relaciones y en general toda la actividad que como cuerpos realizamos en la elaboración social de lo que nos está designado o decidimos ser. Mismidad supone el viaje hacia sí mismo para reconocerse en su historia personal y situarse eco-epocalmente en contemporaneidad. Mismidad es resonancia, es intra-corporalidad, amor en el ser consigo mismo para estar en disposición de darse amorosamente al otro. Mismidad es coraje para diluir el miedo que supone enfrentarse a sí mismo y mirar hacia adelante y de frente. Mismidad es valor para correr el riesgo de decidir romper con las ataduras que someten al cuerpo y destruir los soportes mentales instituidos por la agresión y la violencia simbólica a la que nos vemos abocados. Liberarse supone inicialmente y ante todo reconquistarse a sí mismo. La devastación moral, psicológica y emocional que produce la violencia en el cuerpo puede no ser irreversible. No se trata de promover un discurso ingenuo o ciego, la pretensión es visibilizar algunos elementos de los que puedan echar mano aquellos cuya acción se ubica socialmente en espacios de resiliencia y de restauración somática, para no dejar al hermano solo en su miseria, presa de sus sentimientos de indefensión y para no quedar expuestos a la política del olvido y de la indiferencia que hoy vivimos. La sujeción que imprime la experiencia somática de la violencia deviene resistencia, el cuerpo logra encontrar un poder que resiste y sana. El mismo dispositivo que somete, libera y remienda la desgarradura producida por la crueldad si hay un punto de apoyo, pues el poder que resiste se juega en las mismas lógicas del poder que somete. Mismidad puede apelar al propio cuerpo y/o apoyarse en otros cuerpos que le devuelvan su potencia. Esto nos lleva al segundo ámbito de expresión de la corporalidad, la otredad.
Otredad es dilución de las políticas de borramiento del otro y de lo otro de las cuales somos protagonistas cuando descalificamos y degradamos con la palabra y la mirada, cuando somos inequitativos, cuando producimos subordinación o superioridad y también cuando somos objeto de ellas. El cuerpo es escenario de actuación de dispositivos religiosos, legales y/o médicos, entre otros, cuyo poder se manifiesta como violencia patriarcal, familiar, de género, política, sexual, y de toda índole. Cualquiera que sea la forma en la que aparece, instituye figuras de dominación que anidan en el imaginario popular y territorializan saberes cuyo efecto desdibuja y hace desaparecer cualquier posibilidad de intercorporalidad, divergencia o convergencia. Véanse por ejemplo los mandatos morales (iglesia), las miradas clínicas (psiquiatría) o los órdenes jurídicos (policía) que constituyen con su discurso la figura del “criminal sexual” (violador, desviado sexual, abusador, etc.), para producir pánicos sexuales y morales que desembocan en el control social vía la institucionalización de la represión del instinto, del miedo o de la homofobia, como saberes validados científicamente e instituidos socialmente.
(…) Otredad es inclusión de lo diferente desde la certeza de la propia incompletud, incompletud no como carencia, sino como habitancia amorosa del otro en mi para asegurar mi existencia, en cuanto hay uno distinto de mí que da cuenta de mi presencia porque a su vez me incluye (Mallarino, 2010: 96)
Otredad no termina en la voluntad de incluir, es por sobre todo trabajar para ser incluido en el paisaje cultural del otro, para aparecer a la luz de otras verdades porque se depone la propia y se abre la opción de alterar el hábito y lo sabido. Más que admitir al otro o lo otro está el desafío de verse admitido.
La corporatividad, el tercer ámbito de existencia somática, se verifica en el alzar-se para vincular-se desde la posibilidad de la conjugación cuerpo-mundo, gesta de mundo plural que desafía la voluntad de situar la humana condición en el plano del proyecto vital compartido,
(…) allí donde somos ciudadanos planetarios podemos encontrar tejido conjuntivo polifónico, allí en donde lo particular da paso a lo terrenal como drama vital, el sujeto se diluye en su particularidad y emerge el HOMO ESPECIE, la Tierra Patria (Morín, 2006) como escenario de toda posibilidad, el paso de la Corporalidad singular a la Corporatividad plural (Mallarino, 2010: 96)
La violencia colectiva en escenarios domésticos o públicos vulnera la memoria histórica, destruye el arraigo porque actúa en el cuerpo plural que sufre des-identidad, de ahí que el efecto sea el no lugar, el lugar de nadie y que la potencia que podría emanar del drama vital colectivo se doblegue ante la intimidación y la amenaza. La violencia en el cuerpo colectivo amplifica su efecto en tanto moldea y somete la naturaleza humana en términos de la estructura social completa, se excluye cualquier posibilidad de expresión de la diferencia. La superioridad que impone subordinación cosecha pasividad, miedo, parálisis, el cuerpo colectivo aparece inerme, vejado, amputado. Los dispositivos de constitución de los imaginarios colectivos -léanse por ejemplo los medios de comunicación-, secularizan discursos y hegemonizan formas de representación de los fenómenos que validan socialmente, modos admitidos de violencia. Un ejemplo de lo anterior se da cuando no se admite sino parcialmente la responsabilidad de las acciones violentas y se las justifica como producto del desajuste o el desborde emocional. Se postula que al estar movilizada por los impulsos de quienes las ejercen, es involuntaria. La violencia entonces, es naturalizada por el discurso público vigente como un producto comprensible del dolor en el caso de la violencia intra familiar o de los conflictos entre grupos y comunidades –las vendettas-, o como una estrategia de control autorizada y orientada en procura del bien común -acabar con algunas vidas para salvar otras o agredir físicamente ciudadanos para deshacer una manifestación pública-.[3] La violencia doméstica, de género y simbólica se imponen con la aquiescencia, la pasividad y la tolerancia de un estado masculinizado que se aprende desde la niñez. La violencia en las aulas merced a un cuerpo altivo que se muestra inalcanzable y esquivo y la violencia de la guerra que secuestra y entroniza el dolor la muerte y el sufrimiento, dejan constancia de la miseria humana. Las perversiones, la homofobia como dispositivo de control y los cuerpos menores abusados, lesionan la dignidad de la vida y ponen en duda la calidad de la presencia humana en el mundo.
Así como es potente el sometimiento del cuerpo vario, es efectiva su resistencia. Los cuerpos encuentran vericuetos para pasar esquivos, para levantarse en el perdón, para atravesar el enrejado de la violencia y hacerle el quite o recuperarse. El cuerpo se procura refugio, se protege. En ocasiones lo hace a costa del propio cuerpo buscando alivio en prácticas que lo agreden y lo deterioran aún más –la drogadicción en prostitutas y el alcoholismo en cuadros depresivos o desesperados-, pero en ocasiones ese mismo cuerpo –las prostitutas-, resignifica sus espacios –la calle- como lugar de lucha política. Asomamos así al último de los ámbitos propuestos para la corporalidad como expresión completa y compleja de lo humano: la poiesis
La poiesis se da como consecuencia de la construcción de nuevos órdenes conceptuales que sitúan la perspectiva de lo no convencional, lo habitual deviene alterativo, narrativa fundada, emergencia y plasticidad, gesta de mundos posibles, futuribles – futuros posibles – encuentro y conjunción profunda de lo arcano, del origen, de la memoria, encuentro también en la posibilidad, el desafío, el augurio y el porvenir (Mallarino, 2010: 96)
La fuerza de la creación de los cuerpos produce sentidos y saberes de mundo que trascienden las lógicas en las que se tramita la realidad. La memoria y el encuentro con el por-venir gestionan espacios intersticiales, tejidos entre líneas que pasan desapercibidos muchas veces, pero entonan, dan luz, dejan ver otras rutas, dislocan lo instituido y llaman a la imaginación para descifrar lo que apenas se insinúa. Corporalidad es cuerpo creador de posibilidad, cuerpo premonitorio que inventa lo no sucedido para que suceda.
BIBLIOGRAFÍA
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Hernández Carrasco, M. (2013). El sacerdote depredador: disquisición sobre la construcción de figuras de perversión en el mundo contemporáneo. En: Muñiz García, E. & List Reyes, M. (Coords.). VI Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades “El Cuerpo Descifrado” La ciencia y la tecnología en las prácticas corporales – Universidad Autónoma Metropolitana UAM / Escuela Nacional de Antropología e Historia / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Xochimilco – Grupo de trabajo 3, pp. 312-324.
Laguna-Maqueda, O.E. (2013). Impacto de los procesos homofóbicos en la corporalidad de los varones gay. En: Muñiz García, E. & List Reyes, M. (Coords.). VI Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades “El Cuerpo Descifrado” La ciencia y la tecnología en las prácticas corporales – Universidad Autónoma Metropolitana UAM / Escuela Nacional de Antropología e Historia / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Xochimilco – Grupo de trabajo 2, pp. 202-215.
Lukin, L. (2012). Deshilvanar fragmentos. Representación del cuerpo en la tortura y la represión. Narrativas argentinas 1960-1990. En: Citro, S. et al. (Coords.). 1er Encuentro Latinoamericano de Investigadores sobre Cuerpos y Corporalidades en las Culturas. Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Argentina. Red de Antropología de y desde los cuerpos – Grupo de trabajo 13.
Mallarino, C. (2010). La articulación de la dimensión motora y la dimensión cognitiva. Una alternativa renovada para la educación del movimiento. Cali: Editorial Bonaventuriana.
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Monárrez Fragoso, J. (2013). Rescatar del silencio del olvido a las víctimas de la tortura. En: Muñiz García, E. & List Reyes, M (Coords.). VI Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades “El Cuerpo Descifrado” La ciencia y la tecnología en las prácticas corporales – Universidad Autónoma Metropolitana UAM / Escuela Nacional de Antropología e Historia / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Xochimilco – Memorias – Grupo de trabajo 11, pp. 946-953.
Telles de Castro y otros. (2013). Violencia en aulas de Educación Física: corporalidad, docencia y formación. En: Moreno, W (Coord.). Monográfico El Cuerpo en la Escuela. Revista Iberoamericana de Educación (62). Madrid / Buenos Aires: CAEU – OEI, pp. 19-37.
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Villamil Uriarte, R.R. y Cortés Solís, T. (2013). La administración de las ausencias. Parte II (La ausencia y la presencia. En: Muñiz García, E. & List Reyes, M. (Coords.). VI Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades “El Cuerpo Descifrado” La ciencia y la tecnología en las prácticas corporales – Universidad Autónoma Metropolitana UAM / Escuela Nacional de Antropología e Historia / Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Xochimilco – Grupo de trabajo 2, pp. 216-226.
1] La reflexión que se presenta es resultado de la investigación realizada como tesis doctoral (DIE-UPN/Univalle) titulada: Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia. Allí se sistematizaron unas 1200 fuentes documentales datadas en los últimos 20 años y publicadas en congresos y encuentros colombianos y latinoamericanos cuyo tema puntual era el cuerpo. Gracias a esta abundancia escritural se pudieron identificar tendencias escriturales o modos de enunciación respecto de “algo”, en una época en particular; y dispositivos discursivos o saberes agenciados por fuerzas que lo instituyen como “régimen de verdad” y que a la vez necesitan de él para expresarse. Ej.: “los codos no se ponen en la mesa”; “no debemos contradecir a los mayores”; “la homosexualidad es una desviación”; etc.
[2] Vale la pena traer aquí un breve comentario sobre este tipo de violencia que se ha generalizado y validado en las series de televisión cuyos argumentos estan basados, por dar algunos ejemplos, en las luchas antiterroristas -la serie 24 horas-; en el control de epidemias con armas biológicas por parte de organismos científicos orquestados por el Estado -la serie Helix-; en la lucha contra el crimen psicopático -la serie Criminal Minds-; etc. En estos programas es natural y autorizado matar unas pocas personas si esto salva una cantidad mayor de seres humanos. El asunto se ha vuelto de costo-beneficio y la inversión está situada en el cuerpo y en la vida.
[3] Este tipo de violencia se ha generalizado y validado en las series de televisión cuyos argumentos estan basados, por dar algunos ejemplos, en las luchas antiterroristas –la serie 24 horas-; en el control de epidemias con armas biológicas por parte de organismos científicos orquestados por el Estado –la serie Helix-; en la lucha contra el crimen psicopático –la serie Criminal Minds- ; etc. En estos programas es natural y autorizado matar unas pocas personas si esto salva una catidad mayor de seres humanos. El asunto se ha vuelto de costo-beneficio y la inversión está situada en el cuerpo y en la vida.