Cuerpo, vejez y primera modernidad*
Introducción
Los primeros siglos del segundo milenio, lentamente, aportaron acontecimientos significativos para romper, más que la hegemonía de la Iglesia Católica, la característica de referencia indiscutida que la caracterizaba hasta ese momento. En este sentido, Mijail Bajtin aporta algunos elementos al debate desde el análisis de la cultura popular de la época, que manifiestan una incipiente oposición al orden oficial religioso y feudal con repercusión en la figura del viejo y su expresión corporal. Esta nueva dimensión cultural se expresa a partir de tres categorías: “1) Formas y rituales del espectáculo […]; 2) Obras cómicas verbales […]; 3) Diversas formas y tipos del vocabulario familiar y grotesco…” (1990: 10). Respecto de las formas y rituales del espectáculo, las nuevas tendencias se expresan a partir de los festejos de carnaval, en este marco se comienzan a desplegar actividades ocurrentes como la “fiesta de los bobos”, la “fiesta del asno”, la “risa pascual” donde aparece una caracterización deformada del cuerpo, sobre todo del viejo. Estas fiestas dentro de otras fiestas, daban un carácter cómico a la velada protesta, incluso también en su traslado a las celebraciones religiosas. Cada una de estas actividades festivas terminaba irremediablemente con la elección de reinas y reyes de la risa, especie de contrapoderes cuya únicas armas eran la carcajada y el aspecto burlón sobre cuerpos de edades avanzadas. Pero más allá de las risas, estas actitudes crearon una especie de realidad paralela, con existencia temporal y circunscripta al mismo territorio de aquello que se proponía interpelar. La risa, la burla, se erigió como un ritual de protesta astuto, no compitió directamente con el poder real, lo hizo con su aspecto invisible, con aquel que ocupa todos los espacios diversos y distantes poniéndole un límite. Para ello creó uno nuevo, una especie de no espacio, en el que domina el que más ríe ridiculizando su imagen y no el que ostenta las armas y la fe.
Sólo los oprimidos pueden prestarse al ridículo y desde allí reírse de sí mismos y de los otros; ni los soldados, ni los religiosos, ni los señores feudales pueden hacerlo, a condición de poner en duda su propio poder. La risa permitió que el mundo se viva como una dualidad, no ya la que diferenciaba el ámbito terrenal y el celestial, competencia indiscutida de la curia católica; sino el permanente, de todos los días, regulado por una liturgia con pretensiones omnímodas, y el del carnaval, temporal y respaldado por el ritual de la risa. Si bien los ritos y los mitos cómicos son prexistentes a la Edad Media, no estaban separados del corpus oficial, en cambio el ritual de la risa medieval es claramente contestatario y arraigado en lo cotidiano. El carnaval, desprovisto de todo canon rígido, fue una fuente de creatividad determinada por la propia esencia de la risa, que impone una permanente renovación para poder fluir, así lo propone pensar Bajtin, “… es la segunda vida para el pueblo, basada en el principio de la risa” (1990: 14). En el ámbito del carnaval surgen nuevas formas del lenguaje y de los gestos que permiten una comunicación horizontal entre los individuos, en este sentido se desenvuelven las actividades, sin escenarios, sin espectadores, sin actores; todos los participantes son el escenario, los espectadores y los actores. En tiempos donde la vida era demasiado corta, la jerga carnavalesca reproduce el ciclo de la sucesión y la renovación, el nacimiento y la muerte, lo alto y lo bajo, lo formal y lo festivo, el frente y el revés; todo parce ser la parodia de dos mundos que son opuestos, pero sin negar el uno al otro. El carnaval es una protesta a través del humor ambivalente, que es “…: alegre y llena del alborozo, pero al mismo tiempo burlona y sarcástica, niega y afirma, amortaja y resucita a la vez” (Bajtin, 1990: 17).
Si pasamos a las obras escritas que reproducen las tendencias carnavalescas, segunda categoría que propone Bajtín para comprender la cultura popular de la Edad Media. Se puede decir que es variada, que se ha escrito tanto en latín como en los idiomas vernáculos, y que sus autores no solo eran los marginales al orden oficial. Monjes, clérigos, sabios y hasta doctos teólogos, parecen haber sentido la necesidad de expresarse desde el género cómico. Sus obras más trascendentes fueron “Los juegos monacales”, “La Cena de Cipriano”, “Liturgia de los jugadores”, “Liturgia de los bebedores”, “La mula sin brida”, “Aucassin y Nicolette” “El juego de la enramada”. Toda esta literatura se inscribe dentro de lo que se denomina parodia sacra, obras inspiradas en las plegarias, himnos religiosos, salmos evangélicos, etc., pero también en documentos institucionales como los surgidos de los concilios, que se repetían en las festividades de carnaval. Si avanzamos temporalmente hasta el ocaso de la Edad Media y el comienzo del Renacimiento (paso del siglo XV al XVI), estas obras llegan a su máximo reconocimiento con Erasmo y su “Elogio de la locura”, también con Francois Rabelais y sus Gargantua y Pantagruel, pero quizá todavía más interesante es el libro Utopía de Tomas Moro, porque ahí sí que con toda la fuerza se expresa la idea de los dos mundos, el concreto y el que no tiene lugar real, pero encarna valores humanos aunque no tenga un propósito risueño. Moro en esta obra aprovecha la escisión del mundo producido por la cultura popular para pensar otro mundo, el que no tiene lugar, utopía. La última de las tres categorías propuestas por Bajtin, es la conformación de un nuevo lenguaje familiar caracterizado por las groserías, palabras injuriosas que ocuparon un lugar en la vida privada; pero en el carnaval medieval eso que podía ser interpretado como blasfemia, enunciada desde el colectivo se transforma en un grito secular de libertad cómico y ambivalente, que sólo se puede alcanzar en un clima festivo. Las groserías fueron el lenguaje de ese otro mundo paralelo y terrenal que reclamaba cambios. A la cultura popular que caracterizó a la Edad Media europea, Bajtin propone darle el nombre, a partir de las tres categorías desarrolladas, de “realismo grotesco” o “sistema de imágenes de la cultura cómica popular medieval” (1990: 23). En ella podemos interpretar dos movimientos diferentes respecto de la promoción cultural, por un lado el oficial que desde la ética impone una estética canónica, por el otro el popular, que desde la estética de la risa propone una nueva ética. El realismo grotesco es un movimiento estético que instala en su época nuevos anclajes, impensables hasta ese momento, para los valores que promoverán un cambio de época.
El realismo grotesco anuncia nuevos valores y miradas del cuerpo
Una de las bases del realismo grotesco medieval es la degradación de lo sublime de la vida (lo alto, lo noble), que se pone en relación directa con la parte inferior del cuerpo (lo bajo, lo vil). La vida como concepto de lo humano es expresada por los órganos genitales, las relaciones sexuales, el embarazo, el alumbramiento, la absorción de los alimentos. Lo inferior que es la tierra, es al mismo tiempo lo que da la vida. La degradación del realismo grotesco es regenerador; lo noble, lo alto es posible porque lo bajo y lo vil existe y viceversa. Todo se expresa a través de las dos fases yuxtapuestas del desarrollo: principio y fin, muerte y nacimiento; que reproducen lo alto y lo bajo, lo noble y lo vil. El realismo grotesco, característico de la cultura popular medieval, le dio una nueva vuelta de tuerca a un fenómeno que ya existía: la simetría[1]. Arriba y abajo, derecha o izquierda, anverso y reverso, comedia y tragedia, muerte y nacimiento, son categorías que tempranamente la humanidad codifico para poder comprender la realidad. Lo nuevo que instala el realismo grotesco, es que la simetría se identifique con un valor, hecho que pudo darse a partir de asociar a cada uno de los opuestos con una categoría moral: noble o vil; pero que a su vez pueden ser intercambiables, no quedando sujetado a categorías fijas. Lo bajo es vil porque el sexo es pecaminosos, pero lo vil y pecaminoso es lo que hace posible la vida. Lo alto es noble porque se acerca a lo celestial y divino, pero es capaz de enviar a los hombres al infierno, habiendo creado primero el infierno. La cultura popular medieval que se expresa a través del realismo grotesco, es una lucha de la vida contra la muerte, quizás porque en esos tiempos era una disputa de todos los días, una lucha que se daba tanto en la cultura como en el propio cuerpo, la lucha de la vieja vida muriente contra la nueva vida naciente, que por ser nueva nace limpia de pecado, y sin embargo el pecado la hizo posible. En este contexto popular es perfectamente posible pensar que la vejez pueda estar encinta, que la muerte se embarace, que lo arrojado al fondo corporal (los intestinos) se transmute para nacer nuevamente a través de un gas, cual soplo vital.
Bajtin (1990), Burdach (1818), Reich (1903), coinciden en que el Renacimiento, no es -al menos solamente- el resurgir de las antiguas costumbres, es también consecuencia de un proceso que comienza en el siglo XII a partir de un renacer religioso con fuerte arraigo en los sectores populares, que despertando una amplia imaginación artística, se trasladó al ámbito literario. El renacimiento religioso que tiene como exponentes más destacados a Joaquín de Flora (1135-1202) y Francisco de Asís (1182-1226), es una primera crítica fuerte a la suntuosidad de la Iglesia Católica, que busca cierta recuperación de valores originarios del cristianismo, no ya desde el punto de vista de la disputa teológica, sino de lo cotidiano, de las posicionamientos respecto de las formas de ejercer el poder. Con la perspectiva política que surge en el siglo XII, utilizando las armas y razones de la misma fe, se establece con fuerza una crítica subversiva a un orden que la cultura popular presentaba a través del arte. Esa crítica reproduce la disputa que el mismo Cristo había tenido sobre las jerarquías hebreas permitiendo el surgimiento de la tradición judeocristiana. Las propuestas de Joaquín de Flora y Francisco de Asís, en el caso de este últimos con un correlato institucional, prefiguran un nuevos cisma, no sólo de la Iglesia Católica, también del orden político que la rodeaba.
El realismo grotesco y el renacimiento religioso introdujeron al debate cultural la posibilidad de pensar dos elementos que son fundamentales para la hipótesis que sigue este trabajo. El primero es la dialéctica vejez-juventud, todavía enmascarado en la de nacimiento-muerte. La segunda es la asociación de estas simetrías con valores, al darse un debate sobre éstos, que hasta el siglo XII se establecían unívocamente desde las jerarquías eclesiásticas y feudales, debate que era silenciado por el concepto de pecado que quitaba existencia a todo lo que no entraba dentro de ese campo. El debate sobre los valores es posible porque lo bueno y lo malo, lo noble y lo vil, es enriquecido por nuevas miradas aunque en el único marco que en esos tiempos era posible, el religioso. La instalación de ese debate al interior de la Iglesia Católica, comienza a trascenderla con el surgimiento de categorías que se reproducen en el ámbito popular, sirviendo de inspiración al debate teológico-político de la Baja Edad Media y el Renacimiento.
Algunas puntualizaciones para seguir avanzando
La Edad Media europea, en particular la última etapa de este momento de la historia, es continente de algunos acontecimientos que permiten prefigurar para los siglos posteriores un nuevo sustrato moral, anclado sobre nuevos valores o modificaciones importantes de los prexistentes. Del sistema social fuertemente dependiente de la impronta religiosa y feudal, surgen expresiones culturales que configuraron nuevos protagonismos y asimetrías. Si bien podría decirse que todavía no se ha instalado la asimetría que más interesa remarcar, la que opone joven a viejo, a expensas del realismo grotesco y su impronta insurrecta sobre el orden establecido, surgen nuevos correlatos morales a partir de la degradación de los cánones tradicionales que diferenciaba claramente lo alto (la Iglesia Católica, el Señor Feudal, el cielo) de lo bajo (el pueblo, el trabajo, el infierno), asociándolo con lo noble y lo vil sin un correlato permanente. Una de las consecuencias de esta situación, es la reproducción de calificaciones morales, que se establecieron históricamente a partir de la oposición bueno-malo, a asimetrías que hasta ese momento no formaban parte de su campo de aplicación. La Iglesia Católica (o Roma en su momento), el Señor Feudal, el cielo, no eran ni buenos ni malos, eran el poder y el lugar del poder, nada más ni nada menos. La cultura popular de la Edad Media creó una nueva codificación, a lo que solamente era se lo comenzó a calificar como bueno o malo, noble o vil. Siguiendo esta línea, la vejez y la juventud que solamente eran, en este período de la historia se comienzan a ver desde una nueva perspectiva moral que encubre un nuevo sistema de dominación, que podemos intuir subordina lo viejo a través de lo nuevo.
Los moralistas aportan lo suyo
La Reforma encabezada por Lutero, ha sido un acontecimiento con fuerte consecuencias religiosas y políticas para la época y la continuidad de la historia con algunos aportes indirectos al valor negativo de la vejez, sin embargo es importante explorar algunos antecedentes que, podríamos suponer, abrieron las puertas, no sólo a la original presentación de Lutero, sino también de la introducción de la vejez y el viejo en referencias o ejemplificaciones siempre con connotaciones que alientan una visión de desdoro. Quentin Skinner (1993) nos da algunas pistas para seguir estos antecedentes, que remiten en primer instancia a Sebastián Brant, autor de la obra “La nave de los locos”[2] o “La nave de los necios” (1496)[3], publicada por primera vez en 1494. En este trabajo, se analiza desde una perspectiva moralizante a aquellos actos de la vida cotidiana no ajustados al modelo instalado desde la perspectiva humanista. El mote-adjetivo elegido por el autor para denominar las acciones que no cuadran en dicha lógica es necio, apelativo que además se traslada -elípticamente en algunos casos y directamente en muchos otros, como crítica a las jerarquías romanas de la Iglesia Católica en varios de los pasajes de la obra. En “La nave de los necios”, el autor apela reiteradamente a citas de la Biblia, con el fin de contrastar, aquello que se referencia como palabra de Dios y fiel de los valores que, al no seguirse, llevan a prácticas y actitudes de poca o nula recomendación. Este ejercicio literario, revela el espíritu presente en la época y reproduce algunos de los elementos característicos de la propuesta reformista. En el trabajo de Brant se puede percibir una asociación entre vejez, prácticas violentas, actitudes “naturalmente” negativas; o incluso aplicados los términos viejo o vejez como adjetivo negativo sobre situaciones injustificadas, que no se usan para otras edades del ciclo vital. A continuación se tratará de describir dicha situación.
Un primer ejemplo lo podemos encontrar en el siguiente comentario: “Mi necedad no me deja ser anciano. Soy muy viejo, pero también muy ignorante; un niño malo de cien años” (Brant, 1998: 51). En un primer momento se propone que es la necedad lo que no permite vivir más, pero inmediatamente la vejez se convierte en un impedimento para ser más viejo, con lo cual se análoga la necedad y la vejez. También es interesante la comparación simétrica de la vejez con la niñez (niño = bueno / viejo = malo). Podemos ver la misma situación en otra parte de la misma obra: “Un niño pobre, pero que posee sabiduría, es mucho mejor en su nación que un rey, viejo y mentecato, que no prevé los años venideros (Brant, 1998: 99). En el mismo sentido: “¡Oh, gran necio, presta atención y escucha! La juventud aprende con presteza, toma buena nota de todo” (Brant, 1998: 52); se entiende que la vejez no aprende rápidamente o no toma nota de todo, pero es más incomprensible, si nos alejamos un poco de la mirada tradicional sobre estos temas, lo que dice a continuación: “Lo que se vierte en pucheros de barro nuevos no pierde el sabor. La rama verde se puede doblar; cuando se osa doblar una vieja, en seguida se parte en dos” (Brant, 1998: 52), donde se compara la vejez con un instrumento que ha perdido la característica que la hace ser útil, o plantear que una rama se quiebra por vieja y no por seca. La misma apelación la podemos ver en: “La cisterna vieja no da agua si no se vierte agua en ella” (Brant, 1998: 116), en este caso planteando que la cisterna que no tiene agua es por vieja y no por estar agotada la napa que la proveía. En otro momento, Brant se anticipa en varios siglos a la oposición entre el saber profesional o científico y el popular, también reproduce una representación -todavía presente en el siglo XXI- que asocia brujería con mujer y vejez: “Un necio es quien busca un médico, sus palabras y enseñanzas no le gustan, y sigue el consejo de las viejas y se deja bendecir para la muerte con signos mágicos y con raíces de necios; por ello se precipita al infierno. (1998: 90).
La moralina de Brant es comprensible en el contexto de su momento histórico, en ese sentido se podría entender su visión de los sentimientos amorosos o de las prácticas sexuales, como distracción de la tarea espiritual que se esperaba de los intelectuales e integrantes de la clase sacerdotal. En cambio, es difícil comprender la razón de incorporar qué el amor o el sexo es más escandaloso cuando lo practican viejas y viejos. En esta sin razón, es donde podemos notar el comienzo de la persistencia del valor negativo con el que se asocia la vejez. Así lo expresa claramente el autor: “Muchos más llegarían a la sabiduría si no sintieran tan fuerte impulso hacia los amoríos. A quien tiene mucho trato con mujeres, se le quema la conciencia, y no puede servir enteramente a Dios quien tiene mucho que hacer con ellas. Los amoríos son para todo estamento motivo de burla, necedad y escándalo; pero más escandaloso es cuando lo ejercen la vieja y el viejo (Brant, 1998: 61). Si es con un jóvenes, en cambio el consejo de Brant es: “Si toma en matrimonio a una mujer vieja, un buen día y ninguno más” (1998: 107).
Más adelante, describe la vejez desde una perspectiva estética propias de visiones del siguiente milenio y una generalización de aspectos corporales y funcionales de los viejos. Esta perspectiva podrían comprenderse a partir de ser tenido en cuenta el promedio de vida de la época y los pocos que llegaban a edades avanzadas, pero no deja de ser llamativo en ese momento histórico. Brant pone en palabras estos valores de la siguiente manera: “Además, si llegan a viejos, están macilentos, enfermos, deformes; sus mejillas y su piel están tan vacíos como si una mona fuera su madre. Muy placentera es la juventud; la vejez está siempre en la misma situación: le tiemblan los miembros, la voz y el cerebro; una nariz moqueante y una frente pelona; a su mujer resulta el viejo casi odioso, a él mismo y a sus hijos una carga pesada; no le gusta ni agrada nada de lo que se hace, y ve mucho que no le parece bien.” (Brant, 1998: 76-77). Lo que si es original es achacar a la vejez el ver morir a los hijos y demás familiares, no parece ser ésta una razón comprensible si no se lo analiza desde una perspectiva de valoración negativa de la vejez: “Quienes tienen larga vida, tienen también gran pesar de estar siempre en una nueva desgracia; en duelos y en constante sufrimiento acaban sus días en un traje negro. Néstor, Peleo y Laertes se quejaban en la vejez de que Dios les hubiese permitido vivir tanto tiempo, pues habían visto muertos a sus hijos. Si Príamo hubiera fallecido antes y no hubiese vivido tantos años, no habría visto una desgracia tan desgarradora sobre sus hijos, esposa, hijas, estado e imperio. Si Mitrídates y Mario, Creso y el gran Pompeyo no hubieran llegado a ser tan viejos, habrían muerto teniendo gran poder (Brant, 1998: 77).
Palabras finales
Cuerpo y vejez ha seguido un proceso particular que se puede remontar al largo periodo de tiempo que va desde la baja Edad Media a la Modernidad. El valor negativo que acompaña a la vejez y por consiguiente al cuerpo que la acompaña que nos parece hoy tan natural no parece haber sido así siempre. Antes del realismo grotesco que contextualizó las fiestas de carnaval no se encuentra manifestaciones artísticas y literarias que muestre un desdoro de las características del cuerpo viejo. Las festividades carnavalescas en su afán de subvertir un poder casi omnímodo creó la oposición viejo/joven a través de la exaltación caricaturesca del cuerpo viejo, que ha tenido un valor de época para socavar el poder feudal y eclesiástico. Sin embargo, una vez caído ese poder el desdoro del cuerpo viejo trascendió llegando hasta nuestros días.
La literatura de la época ha reforzado esa visión haciendo coherente lo incoherente, que a una cisterna sin agua o a una rama seca se la adjetive como vieja, ejemplifica claramente esa situación. La tendencia cultura que aparece entre los siglos XII y XV respecto a la vejez, podría plantearse como la base de un fenómeno que se hizo más fuerte aún en la Edad Moderna y llega hasta nuestros días. La aversión a la idea de cuerpo viejo no parece seguir razones demasiado fundadas, menos aún las actividades humanas ejercidas por viejos. Sexo, goce, producción y referencia estética, están vedadas casi hasta la posibilidad de ser pensadas.
Bibliografía
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BRANT, S. (1998), La nave de los necios, Ed. Akal, Madrid.
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MORO, T (1971). Utopía, Ed. Zero, Madrid.
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SKINNER, Q. (1993), Los fundamentos del pensamiento político moderno (Tomos I y II), Ed. F.C.E, México.
*Tomado del Archivo Documental “Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia”. Mallarino, C. (2011 – 2016). Tesis doctoral. DIE / UPN-Univalle.
[1] Modernamente el concepto de simetría ha sido codificado por la Física, proponiendo tres tipos de simetrías: a) La simetría C o conservación de la carga, significa que las leyes de la física deben ser las mismas si se intercambian partículas por antipartículas; b) La simetría P o conservación de la paridad, afirma que las leyes de la física serían las mismas si se pudiesen intercambiar las partículas de carga positiva con las de carga negativa, la simetría P dice que las leyes de la física permanecerían inalteradas bajo inversiones especulares, es decir, el universo se comportaría igual que su imagen en un espejo y c) La simetría T o simetría temporal, afirma que las leyes de la física son las mismas al cambiar +t por –t. La Simetría CP es la unificación de la simetría C y de la simetría P. (Landau y Lifchitz, 1982). Para este trabajo se tiene en cuenta sólo la simetría P, o conservación de la paridad.
[2] Para un desarrollo específico de tema de la locura, ver La historia de la locura en la época clásica del Michel Foucault (1998).
[3] Para profundizar el debate sobre la pertinencia de uso de la palabra “loco” o “necio”, ver Peñalta Catalá (2008). Aquí se prefiere seguir los argumentos en favor del término necio.