De lo monstruoso a lo anormal en México: discursos e imágenes del cuerpo y la corporeidad ...
RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de investigación: “Representaciones, actores, prácticas e instituciones de la educación especial en México, 1890-2005” - Apoyo financiero del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología CONACYT, Universidad Autónoma del Estado de Morelos UAEM, Cuernavaca, Morelos, México
Introducción*
En México, en la primera mitad del siglo XX se consolidó un campo de conocimiento que tuvo como eje el examen de la infancia anormal. Este campo se conformó en la convergencia de comunidades científicas que, en gran medida, en ellas mismas entablaron en el proceso de configurarse como disciplinas, entre ellas la pedagogía, la antropología, la sociología, la psicología en sus distintas variantes, así como otras ya plenamente consolidadas, como la biología, la medicina, el derecho. Cada una de estas elaboraron y propusieron un conjunto de saberes, es decir, ideas, percepciones, métodos, conceptos y técnicas de recolección de información que delinearon prácticas discursivas, esto es, modos de leer el mundo de la infancia anormal con lo que delimitaron un campo de intervención, la educación especial, la cual demandó el diseño y definición de estrategias biopsicopedagógicas o, en otros términos, de una pedagogía especial, a fin de responder a las necesidades que este sector de la infancia requería con el objetivo de disciplinarla y encauzarla de acuerdo a la racionalidad de las sociedades modernas, en particular de las lo cual derivó en modelos, espacios y materiales pedagógicos particulares, en prácticas educativas dirigidas a su atención educativa.[2] Desde luego, ambos ámbitos se retroalimentaron entre sí, lo cual creó sus “propias reglas del juego”, de acuerdo con la caracterización que Pierre Bourdieu sostiene de campo.[3]
En este texto se indaga en algunos rasgos del cuerpo y la corporeidad del grupo de niños y niñas, quienes fueron clasificados como anormales, entre ellos ciegos, sordos, oligofrénicos, deficientes mentales, etcétera, en cuanto construcciones culturales. Para este objetivo se analizan discursos escritos contenidos en manuales y libros científicos, así como discursos visuales inscritos en imágenes, -fotografías, representaciones estadísticas, grabados, entre otros-, que se produjeron y circularon entre diversas disciplinas y comunidades científicas, así como entre otros públicos como maestros y padres de familia.
Mediante el estudio de este material es posible identificar y comprender algunas de las aristas tanto de las prácticas discursivas como de las prácticas educativas que circularon y que sustentaron diversas estrategias de intervención sobre el “cuerpo defectuoso”, el “cuerpo anormal” y el “cuerpo monstruoso” con el propósito de “normalizarlo” y “encauzarlo”, de conformarlos en “cuerpos dóciles”, acuerdo con la tesis de Michel Foucault.[4]
De esta manera, se ilustran dispositivos que se diseñaron para proceder a controlarlos, vigilarlos a este grupo de sujetos, en particular niños y niñas, y tratarlos a partir de estrategias rehabilitadoras, regeneradoras y reintegradoras como la ortopedia física y mental. Así, las disquisiciones del estado físico, mental, intelectual y fisiológico de estos sujetos fueron el sustento discursivo, simbólico, de la infancia anormal a partir de las cuales se erigió el proceso de corporeidad, en otras palabras, de determinar el origen de sus insuficiencias, de sus caracteres biológicos, neurofisiológicos y mentales que justificaron y legitimaron los dispositivos de su “normalización” y de esta manera alegar su integración desde un concepto uniforme del cuerpo normal, sin reconocer sus especificidades y su identidad diversa.[5]
Discursos: de los textos escritos
El primer texto que se analiza es un pequeño libro de divulgación que, tanto por sus dimensiones físicas como por su contenido, puede considerarse un manual, titulado Libro para la Madre Mexicana, el cual fue publicado en 1933 a instancias de la señora Aída S. de Rodríguez a la sazón esposa del Presidente de la República Mexicana, Abelardo L. Rodríguez, y preparado por un grupo de prominentes médicos mexicanos, cuya dirección estaba a cargo de Manuel Martínez Báez. Para los autores y para la propia Aída de Rodríguez. En tanto obra de “divulgación popular”, el texto era una exposición simple y sencilla de recopilación de “sanos y rudimentarios consejos” y no una obra destinada a un grupo de iniciados, cuyo objetivo principal era servir de “guía” y de ayuda a las madres mexicanas para “formar una generación de niños sanos, fuertes y alegres, que llenen de felicidad a sus padres y sean mañana hombres aptos para el trabajo y verdaderos motivos de orgullo para nuestra nacionalidad”, en consonancia con los propósitos y las políticas del Estado mexicano de integración nacional con base en el mestizaje racial y cultural. En esta tesitura se pretendía ofrecer “una serie de observaciones rudimentarias” para el mejoramiento del pueblo, mediante la conservación de la salud y la prevención de las enfermedades, de tal modo que coadyuvaran a “crear una raza fuerte y sana”.[6]
Como puede inferirse de esos propósitos, el eje del discurso, si bien de modo invisible es el cuerpo como ente biológico, el cual toma corporeidad en la niñez mexicana.[7] Esto se pone de manifiesto al acentuar la idea del niño sano y fuerte, que se corresponde a una condición de salud que se apoya en discurso biológico y médico para, inmediatamente después, poner en juego una condición sociocultural al destacar la importancia de contar “con hombres aptos para el trabajo, la alegría y la felicidad, “útiles a la sociedad y a la familia”. En oposición al “niño sano y fuerte” está la representación del niño enfermo y del organismo infantil débil. Para explicar dicho estado se recupera el discurso médicohigiénico, en particular los efectos de las enfermedades en la niñez. Con base en la tesis de la herencia, los autores sostienen que “las enfermedades que el hombre puede padecer se transmiten a su descendencia”. De ahí se afirma que “Muchos niños monstruosos o `fenómenos´, como se les llama vulgarmente; muchos idiotas, imbéciles o degenerados, deben su desgracia a que sus padres padecieron sífilis y a que no se atendieron debidamente y con oportunidad”.[8]
Lo destacable de esta tesis no es la teoría de la herencia en sí misma, sino que está sirva para proyectar una narrativa acerca de los “niños monstruosos” o “fenómenos”. Tales denominaciones se llenan de significados y de representaciones culturalmente admitidos acerca de lo “monstruoso” o de “lo fenómeno”, las cuales en efecto son resultados de las enfermedades hereditarias; esta última categoría asociada a mutaciones de la naturaleza.
A este respecto, si bien el discurso médico y biológico pretende distanciarse y aún oponerse a las representaciones y actitudes y comportamientos del sentido común para explicar las causas de las “monstruosidades”, del “cuerpo deforme”, pero no puede distanciarse del todo y, en cambio, refuerza mucho de éste. Veamos un ejemplo de la imposibilidad de este esfuerzo de distanciamiento discursivo:
Se dice también (cursivas nuestras) que la embarazada no debe mirar cosas desagradables ni personas deformes, porque el niño nacerá deforme o contrahecho. Esto tampoco es cierto. Nada tiene que ver con el desarrollo de su hijo, lo que mira la madre durante el embarazo. Las monstruosidades de los niños dependen generalmente de la sífilis de los padres, o de algunas otras enfermedades, de tal manera que los padres sanos no deben temer que sus hijos resulten deformes. Igualmente es errónea la creencia de que los cometas o los eclipses influyen para producir deformidades en los niños”.[9]
Otro ejemplo del afán por asumir una práctica discursiva “objetiva”, esto es, una explicación como producto de la “cientificidad” aunque fortalece el sentido común, en particular el profundo arraigo de ciertas creencias, es una imagen que explícitamente tiene la función de “combatir” las creencias, es decir, la ignorancia, el error, el prejuicio y en el extremo de estas, la superstición.
En el dibujo se entrecruzan una niña y una mujer embarazada en una banqueta o acera; ésta se sitúa en el primer plano, en tanto que aquella un poco más atrás. Ambas se presentan de cuerpo entero: la menor con sus brazos, manos, piernas y pies que corresponderían a su edad biológica; no obstante, su rostro delinea una cara infantil con características de persona adulta, según el trazo del tamaño de la cabeza, el cabello recortado, la boca y los ojos que son desproporcionados con el resto del cuerpo. La composición del cuerpo se completa con un aspecto de la niña, el “cuerpo deforme” con la presencia de una protuberancia o elevación en la espalda, que el vulgo llama “joroba”, en suma se devela “lo grotesco”. Frente a ella, en primer plano, se encuentra o, para ser más precisos, se des-encuentra una mujer embarazada que se detiene ante aquella para mirarla en su “cuerpo” y en su corporeidad; reconoce la “deformidad” y a partir de esta, se organizan las actitudes tales como extrañeza, curiosidad y, sobre todo de distanciamiento social y físico que se establece en la separación entre ellas, así como en la posición del cuerpo de la futura madre y de la vista; en oposición la niña, enfoca su mirada y observa el vientre abultado con curiosidad y con una actitud de alegría y regocijo que sólo puede tener alguien en su condición de monstruo o `fenómeno´. La disposición de la imagen destaca, entre otros aspectos, uno que es digno de destacarse porque posibilita dilucidar la necesidad de orientar el sentido de la lectura y de la mirada que la escena por sí misma debería sugerir, de elaborar un discurso escrito que descifre el mensaje. Situar la acción en la calle no fue arbitrario porque en ella se producen gran parte de las relaciones cotidianas, de tal manera que dos personas se crucen y se miren es rutinario y no tiene nada extraordinario; lo que no lo es que se personifique una niña con un cuerpo deforme y que el discurso escrito vaya dirigido a modificar el comportamiento frente al `fenómeno´, a atenuar el miedo y el temor que origina la presencia de las monstruosidades ante lo “sano, lo fuerte, la felicidad y el bienestar”, esto es, a atenuar las creencias de la monstruosidad.
Por eso, el dibujo se acompaña de un pie de foto con una prédica que tiene la intención aparente de rechazar las supersticiones. En mayúsculas se anota: “NO CREA USTED EN SUPERSTICIONES” para que enseguida se matice, en minúsculas “Tal vez le habrán dicho a usted que durante su embarazo no debe mirar personas deformes porque su niño nacerá deforme. Las deformidades se deben a las enfermedades. Nada tiene que ver lo que usted mire, los eclipses, los cometas, etc., con que su niño sea sano o sea deforme”.
Ahora bien, como ya hemos señalado, el examen de la infancia anormal implicó la emergencia y la convergencia de distintas disciplinas científicas y sociales que dieron por resultado, entre otros, nuevas teorías, nuevos métodos y técnicas de recolección empírica que implicaron un desplazamiento de los problemas y de los objetos de estudios. Quizá una de las transformaciones más profundas en el saber haya sido el descubrimiento de las “enfermedades mentales” o “trastornos mentales”.
De este modo, el discurso científico confiere un significado preciso y una dimensión específica, corporiza o, en otras palabras, llena de significados el cuerpo deforme, lo distinto, lo diferente y evidencia lo monstruoso pero ahora este se trasmuta en el individuo anormal. De esta forma se articulan oposiciones que sugieren y articulan diversos niveles de una narrativa: la condición biológica, lo sano y lo enfermo, lo fuerte y lo débil, sobre la cual se sustenta una clasificación mental, es decir, los idiotas, los imbéciles o degenerados y, por último, el estado social y cultural, la desdicha en oposición a la felicidad, todo lo cual ordenó y estructuró una forma específica de representación del cuerpo mismo y de la corporeidad que lo encarna. En esta dirección, párrafos más adelante, los autores explican que:
Hay otras enfermedades, además de la sífilis, que pueden también transmitirse por herencia. Tal sucede con algunos padecimientos mentales. El alcoholismo casi siempre es de consecuencias funestas para la descendencia; el hijo de padres habitualmente alcohólicos, o que ha sido concebido o engendrado estando sus padres bajo la influencia del alcohol, suele ser epiléptico, imbécil, loco, o cuando, menos propenso a adquirir el vicio de sus padres (cursivas nuestras).[10]
De ahí la importancia y el lugar que ocuparía la psicología en el examen de la infancia anormal, en particular la psicología experimental. Tal influencia se debió, en gran medida, a que diseñó y perfeccionó instrumentos de medición o de pruebas para diagnosticar los padecimientos y medir el grado de afectación de los individuos y posteriormente, en la medida en que fueron perfeccionadas, para su empleo en el cálculo de la inteligencia con base en su tesis biológica-orgánica-fisiológica. Quizá la disciplina que recuperó muchas de las herramientas conceptuales y metodológicas de aquella con la finalidad de aplicarlas a diversas situaciones del mundo escolar, específicamente para fundar sus juicios de los niños y niñas que presentaban problemas de aprendizaje, en su sentido más amplio, según los resultados de lo que se conocerían como las pruebas psicopedgagógicas.
Asimismo, la psicología contribuyó al cambio en nuestra comprensión y explicación de las relaciones entre el cuerpo y la mente, entre lo subjetivo y lo objetivo, entre el espíritu y la materia, entre el deseo y la carne que se había perfilado desde finales del siglo XVIII.
Para el tema que aquí nos ocupa, los estudios de la psicología fueron esenciales porque al plantearse la dimensión de la mente y de la subjetividad. Una de las consecuencias más notables fue que desplazó y fragmentó la mirada sobre el cuerpo, aunque no lo sustituyó del todo y siempre fue motivo de inquietud y preocupación no sólo moral sino del examen científico tanto de las ciencias sociales, las humanidades cuanto de las disciplinas naturales, en especial de la biología y la neurofisiología. De este modo, se hizo invisible el cuerpo como totalidad y su estudio se centró en partes del mismo; el nuevo lenguaje reconocería las percepciones a través de los sentidos, como base de las y las reacciones que pudiera registrar el órgano material que procesaba la información del mundo exterior, el cerebro, el cual podría asimilar y explicarlas, dándoles un sentido y significado a aquellas. En uno de los textos que circularon en la primera mitad del siglo XX en México, cuyo autor fue el psicólogo experimental Mario Dil, quien expone con meridiana claridad el paradigma dominante. Dil:
[…] la psicología experimental no solamente se ocupa del funcionamiento espiritual diré, de los niños, del adolescente, del adulto, sino que aduna a esos conocimientos el estudio fisiológico donde esos fenómenos se producen puesto que el hombre constituye una unidad vital que no puede dividirse en dos partes distintas y considerare aisladamente.[11]
La dimensión espiritual, la mente, aparece como el eje de la explicación y del interés de la psicología experimental, porque ahí se aloja el principal atributo del individuo, el pensar y el pensamiento, mientras que el sentir se aloja en el cuerpo, el cual pretende ser descifrado desde lo fragmentario, en especial por la fisiología. Éste es el medio por el cual se establece el primer contacto con el mundo exterior y se convierte en el receptáculo de sensaciones y del movimiento, de los sentidos, de lo indiferente y el caos que sólo pueden ordenarse mediante un correcto desenvolvimiento de las funciones emotivas e intelectuales que constituyen la vida psíquica. Vale destacar que, si bien este paradigma reconoce el valor del cuerpo, la lógica discursiva se despliega hacía la mente. Desde esta perspectiva, se estructura la oposición de lo normal y lo anormal, de las normalidades y las anormalidades.
Así, las segundas se clasifican en físicas, intelectuales y morales. Las primeras corresponden a los sentidos de la vista, la ceguera en sus distintos grados, y el oído, la sordera en sus distintos niveles de graduación. A este respecto, un dato digno destacar en que cuando Dil indica las anormalidades asociadas a la primera no se refiere a los ojos sino al sentido o a la definición científica que las resume, la agudeza visual, mientras que en el caso de las segundas, por carecer de una palabra o de una denominación, se visibiliza el órgano físico, el oído. Estas insuficiencias son consideradas enfermedades y los sujetos que las presentan son considerados anormales o enfermos.[12] Sin embargo, como ya se apuntó, el estudio de la infancia se orientó a las anormalidades intelectuales. Entre otros aspectos, lo destacable de esto es la intencionalidad que encierra la práctica discursiva no se remite a los sentidos o a un órgano del cuerpo en particular, sino al sujeto, al anormal, de tal manera que Dil retoma una tipología que ya había logrado el consenso de las comunidades científicas.
Según los grados y la intensidad de las “anomalías” se clasificaban en idiotas, imbéciles y deficientes. Vale la pena detenerse tanto en el contenido como en la organización de la narrativa: al mismo tiempo que Dil describe, texto escrito, los principales rasgos que poseen cada uno de estos tipos, los cuales se explican por anomalías cerebrales, texto escrito, se incorporan imágenes, el editor las define como “figuras”, lo que no es un dato menor tratándose de un texto visual, en las que se muestran de cuerpo entero y medio cuerpo con sus anormalidades; ambos textos conllevan el objetivo implícito de complementarse en tanto discursos. Dil selecciona tres fotografías para personificar cada uno de esos tipos de anormales. A cada uno de ellos se les coloca en una posición que enfatiza su condición de anormal, a la cual le antecede una descripción científica de sus anormalidades. De esta manera, más allá del efecto y del interés didáctico que se les pudieran conferir, las figuras también expresan una textualidad propia. La primera figura es la de un idiota. Al observar la imagen, lo primero que sobresale es lo grotesco pues al presentarse se proyecta algo de irreal: se le sienta en un en un pequeño banco que contrasta con el volumen de su cuerpo entero. Todo en él es desproporcionado: su rostro, su cabeza, sus brazos y manos, sus piernas y sus pies, los cuales se le muestran desnudos. Para acentuar aún más sus deformidades, se le viste de un traje que no corresponde a las necesidades de su cuerpo. La risa, la mirada, los gestos prolongan la imagen de extravío; a esto se suma su talla en contraste con la imposibilidad de calcular su edad por lo que igual puede tratarse de un niño, de un adolescente o de un adulto y por lo tanto de un individuo sin historia. Así, el “lector” interpreta, descifra lo anormal y corporiza la imagen, el cuerpo y su corporeidad, confiriendo sentido y significado a la condición del idiota, atribuye rasgos y conductas del “anormal” y de las anormalidades. De este modo, se establece la conexión entre el sentido común, entre el mundo de las representaciones, y la explicación científica, entre teorías y conceptos. Este nexo lo establece Dil al significar el estado de los idiotas, quienes “presentan señales demasiado vivibles”, haciendo innecesaria la descripción de los rasgos físicos y poniendo en operación ideas, creencias, juicios de valor que tenemos internalizadas.
Imagen 2 Imagen 3
La imagen 2 caracteriza a los imbéciles. Según la propia tipología presentada por Dil, se trata de un anormal intelectual que tiene un menor grado de afectación en el cerebro y por añadidura en las funciones mentales. Cabe reconocer que no es la intención de Dil exponer argumentos para explicar de las relaciones entre cuerpo y mente, esto es, por qué y cómo las anormalidades mentales se exteriorizan en la morfología del individuo, pero no dejan de estar implícitos en el razonamiento que sostiene. En la imagen respectiva se reproduce a un sujeto que está sentado en una silla que está casi en simetría con su complexión. Resulta evidente que se trata de un menor que, a diferencia de la imagen anterior -imagen 2- posa de perfil y registra rasgos poco visibles de deformidad. Sin embargo, no dejan de resaltarse algunas partes del cuerpo que revelan sus deficiencias, lo que explicaría porque fue retratado de medio cuerpo. Dil señala que éste suele confundirse con los sujetos normales y, en efecto, en la imagen prácticamente no hay una diferencia, en apariencia, notable con respecto a los demás. Pero, si se observa con detalle, pueden identificarse algunos aspectos característicos anormales. La parte posterior de la cabeza es más pronunciada en relación con el resto de ella, lo cual se hace más notorio al prestar atención en el tamaño del rostro, de las partes que la integran: las orejas son pequeñas, al igual que la nariz, los ojos y la boca; el rasgo sobresaliente es la mandíbula que es abultada y pronunciada. Ahí reside su anormalidad corporal: las otras extremidades guardan proporción y equilibrio, aunque no aparecen las partes inferiores. (Imagen 3)
La última figura, de acuerdo con Dil, representa en orden ascendente en las deficiencias cerebrales. Se trata de los deficientes y su identificación es todavía más complicada pues la mayoría de sus funciones psíquicas están intocadas. A pesar de ello, en la imagen correspondiente aparece un niño/adolescente con su porte recto pero colocado en una posición muy similar a la del idiota. Sentado en una silla y enfundado en un traje con corbata, lo primero en que se fija la mirada es en sus manos que reposan sobre las rodillas, proyectando una seriedad forzada por lo que su actitud tiene un aire de ridiculez. Al recorrer el conjunto del cuerpo, se advierten las deformidades: el tamaño de las manos es exagerado en función de las otras partes del cuerpo; más en detalle, los gestos del rostro es de enojo y disimulo, aunque el resto del cuerpo es proporcionado. Dil considera que las deficiencias en ellos son tan leves que pasan desapercibidas en la infancia pero se agudizan al aproximarse a la pubertad por lo que de no ser atendidas a su debido tiempo, una vez alcanzada esa edad resulta prácticamente imposible de corregir.
Por último, en el nivel más elevado de las anormalidades mentales están los anormales morales. Para ilustrar los Dil ya no se vale de la imagen, sino del discurso escrito. La descripción de estos es la siguiente en sus rasgos físiológicos y en su corporeidad:
Presentan un gran número de anormalidades, entre las que figuran las microcefalias acentuadas, frente baja y saliente, mandíbulas vigorosas, anomalías de los dientes, en general domina el desarrollo facial, con detrimento notable del cerebro. En algunos individuos se encuentran alteraciones hasta en la piel, arrugada prematuramente, formando una línea continuada que produce la impresión de dividir la frente en dos partes iguales. Casi siempre poseen 5 o 6 anormalidades, es decir, que éstas aparecen en mayor cantidad y son mucho más marcadas que en los individuos normales,[…]; pero de ninguna manera podemos confundirlas con los estigmas de los deficientes o los anormales.[13]
Por otra parte, en una obra de Odalmira Mayagoitia Alarcón, quien es presentada como maestra especializada en la educación de niños anormales mentales y cuyo título es El análisis del mundo circundante por el niño. Con referencia especial al niño anormal. La ortopedia mental en la educación del niño en su aspecto sensoperecpetivo[14]. El cuerpo en el análisis del mundo circundante del niño anormal, de Odalmira Mayagoitia Alarcón. En este texto el cuerpo se trasmuta en los órganos sensoriales y lo plantea en función de la oposición en el conocimiento del mundo que realiza tanto el niño normal como el anormal.
En su conjunto se hace referencia al mundo de las sensopercepciones que, en el niño anormal, se desarrollan de una manera particular, siempre asociada a determinadas características que se denominan como lentas, incompletas, mal diferenciadas y difíciles, es decir, como un organismo incompleto. Las partes del cuerpo que entran en juego son la vista, el odio, el tacto, el gusto, el olfato y el equilibrio (movimiento y desplazamiento del cuerpo), alude pues a los sentidos y no a los órganos como los ojos, la nariz, las manos, el oído, la nariz y la boca. Con base en los primeros, analiza cada una de las sensopercepciones definidas “como los contactos o caminos directos hacia todo conocimiento y las primeras bases de nuestra actuación”, así como los efectos que traen consigo en el trabajo escolar y en los procesos de aprendizaje. A partir de una investigación sobre la manera como se realiza el análisis del mundo circundante por el niño oligofrénico (los alcances, las deficiencias y las modalidades de las sensoprecpeciones), la autora presenta el grupo constituido por 23 niños entre los 7 y 11 años, clasificados en “subnormal, débil mental, imbécil e idiota”, de acuerdo a sus coeficientes intelectuales.
Lo que llama la atención en su estudio es la visión fragmentada de las diferentes partes y funciones sensoriales del cuerpo, al estudiar las nueve sensopercepciones de manera independiente, sin embargo anota que su examen está en función de una situación total y auxiliada por otras sensopercepciones. En el método aplicado, se privilegia al juego como la técnica pero sobretodo como un factor de crecimiento y desarrollo, como condicionante mental biológico de maduración.
Las sensopercepciones visuales en el niño anormal. En el bloque visual se evalúan y se instruyen varios aspectos como la forma, el tamaño, el color, la posición de los objetos y la orientación, el relieve, la perspectiva, la distancia y luminosidad. A excepción del primero, los demás son fáciles de adquirirse por su relación con las experiencias personales.
La autora sostiene que la educación visual que se imparte a los niños es fundamental, puesto que les enseña a mirar, a analizar las cosas del ambiente, para una mejor adaptación al mismo. Según Mayagoitia, los niños oligofrénicos diferencian primero el tamaño y, posteriormente, la forma que se percibe con la ayuda de objetos y dibujos; la percepción del color es más difícil porque debe de asociarse a formas que tienen significación, después de presentarlo aislado. A este respecto, sostiene que, en los niños anormales, la posición y orientación son aspectos muy perturbados y concluye que existe una estrecha relación entre el nivel mental, el atributo del ser y el cuerpo humano.
Por lo que se refiere a las sensopercepciones auditivas, Mayagotia señala la importancia que tiene la educación en el ruido y el sonido a fin de establecer diferencias, distinción e intensidad de ruidos, intensidad y distinción del sonido, los cuales se constituyen en puntos de partida para definir y diferenciar el ruido y el sonido, la voz, el timbre, intensidad y tono, la percepción de la palabra y del ritmo. En los individuos en general y en los niños con problemas auditivos, la deficiencia o anormalidad orgánica es definitiva porque el cuerpo registra una limitante, lo que la autora denomina una “perturbación” que impide tales distinciones: No hay tanta dificultad en la distinción de los ruidos como en la de los sonidos. Los niños oligofrénicos no perciben con claridad los tonos graves y agudos y en su localización presenta una desviación mayor que en los ciegos. Los niños con deficiencias en algunos sentidos, como el visual, se compensan con un mayor desarrollo de otros sentidos como el auditivo. Por medio de los ejercicios es posible su adaptación a la vida social. La educación audiovisual lleva al conocimiento de las sensopercepciones visuales y aditivas mediante las cuales se conectan con el mundo. Para ello recomendaba ejercicios preparatorios a fin de que el niño aprendiera primero a mirar, a observar, a escuchar las cosas del ambiente y de esa manera abrir “nuevos caminos a la ciencia del aprendizaje”, a la educación audiovisual y la educación sensoperceptiva”.[15]
Las sensopercepciones táctiles. Se analiza el tacto activo, el sentido dérmico: la temperatura y el dolor. Enseñarle a tocar y a palpar. En este tipo, la mayor sensibilidad radica en el pulpejos de los dedos. Es mayor en niños ciegos. El menor número de errores tiene lugar en la percepción de identidades. Hay ciertas diferencias en los niños débiles mentales, imbéciles e idiotas, que presentan escasa sensibilidad a los cambios de temperatura, son indiferentes al frío o al calor. La sensibilidad al dolor se presenta disminuida en los débiles mentales, en los imbéciles y en los idiotas.
En cuanto a las sensopercepciones quinestécicas, se analiza la coordinación manual, el movimiento activo y pasivo, la fuerza, la resistencia y el peso. Se requiere habilitar los otros tipos de sensopercepciones: aquí entran en juego los órganos sensibles del cuerpo: la vista, que coordina y dirige; del tacto, del equilibrio para estructurarse. Las actividades de coordinación muscular que preparan para la escritura son difícilmente dominadas por el retrasado desarrollo muscular de los niños. Los movimientos son torpes e inseguros; necesidad de muchas repeticiones, con el fin de poder dirigir el movimiento por la vista y de acuerdo con la idea que tienen en su cerebro; los movimientos que realizan son los amplios, con el antebrazo. Ejercitarlos con los movimientos a nivel de las manos; el movimiento deseado lo acompañan de otros movimientos asociados inútiles, de la cabeza, brazos, lengua, pies, etc. Acentuados en niños inestables y nerviosos.
Cometen muchos errores, por movimientos bruscos. Incapacidad para aprender con rapidez juegos, deportes y movimientos gimnásticos y de baile; las operaciones habituales de la vida diaria: vestirse, amarra sus mochila, lavarse, peinarse son imperfectos y se realizan en mayor tiempo, necesidad de atención y educación especial. La fuerza y resistencia son levemente inferiores a los de los niños normales. La percepción del peso, se acentúa la deficiencia en el débil mental.
Asimismo, Mayagoitia describe las sensopercepciones estereognosticas, las cuales posibilitan asociar el sentido quinestécico con el táctil porque permiten el reconocimiento de la forma de los objetos. Para la autora, hay una estrecha relación con el coeficiente intelectual. Los niños no perciben los pequeños detalles de los objetos tocados, sino los más notables, como la forma y el tamaño. Los estímulos son confundidos en la mayoría de los casos. Hay mala diferenciación. Por último, Mayagoitia describe las sensopercepciones de equilibrio en todas sus manifestaciones: marcha, movimiento, actitudes, tienen defectos más o menos intensos a causa de los perturbado del equilibrio y retraso de las demás funciones cerebelosas. Este tipo, guardan relación con el nivel de mentalidad de los niños anormales. Por su parte, las sensaciones del gusto y del olfato, presentan relación con el nivel mental. En casos de más bajo nivel conciente intelectual presentan notable disminución de la agudeza. Los niños débiles mentales sólo perciben fuertes contrastes tanto en gustos como en olores.
Palabras finales
El breve análisis aquí realizado es apenas una aproximación al examen de los discursos escritos y visuales. Sin embargo, permite una serie de reflexiones que puedan orientar y profundizar en investigaciones posteriores. En primer lugar, la constitución de un campo de investigación de la infancia anormal y de las anormalidades que la singularizaban. Dicho campo convocó a un conjunto de disciplinas sociales y naturales que se apoyaron en un paradigma que privilegió el estudio de la mente y lo subjetivo para explicar lo anormal y la anormalidad; este paradigma en la medida en que se volvió dominante tuvo entre sus efecto hacer invisible el cuerpo como objeto de estudio y de intervención. En segundo lugar, dicho proceso implicó que el cuerpo y su corporeidad fueron borrados en su condición material y objetiva mediante un nuevo lenguaje, el discurso de las ciencias, para “abstraerlo” con lo que se elaboró una nueva narrativa que tránsito de descripciones detalladas al concepto. En el caso de los anormales y de la anormalidad, el proceso de invisibilización fue aún más notorio. Ahora ya no eran órganos específicos que desvelan la monstruosidad, sino los sentidos que, únicamente podían ser descifrados, mediante el juicio y el razonamiento o, en términos más generales, del pensamiento. El sentir se convirtió en pensar y los anormales presentaban anomalías mentales que les imposibilitaba comprender y explicar lo primero mediante lo segundo. No obstante, es necesario profundizar en el estudio de lo que Bourdieu llama el descarnamiento y el desencantamiento de lo objetivo, del cuerpo. La corporeidad se desplazó hacia la esfera de la mente. En tercer lugar, mediante la psicología experimental, la pedagogía especial y la pediatría se ofreció un, sin duda, novedoso marco de explicación. Los textos de Dario Dil y de Odalmira son claros ejemplos de la abstracción del cuerpo y de una nueva interpretación de la corporeidad en torno a lo monstruoso, en adelante definido como lo anormal y las anormalidades.
Referencias bibliográficas
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Martínez Báez, Manuel, Libro para La Madre Mexicana sugerido por la señora Aída S. de Rodríguez y preparado por el doctor… con la colaboración de los señores doctores
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[1] Este texto prolonga una investigación titulada Representaciones, actores, prácticas e instituciones de la educación especial en México, 1890-2005, el cual contó con el apoyo financiero del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), México.
[2] Padilla, 2009, pp. 98-99.
[3] Bourdieu, 2009, pp.107-128; Bourdieu, 2010, pp. 12-35.
[4] Foucault, 2001, pp. 61-80..
[5] Véase la discusión que propone que es sumamente sugerente acerca del significado y las prácticas de la “normalización” y de una postura revisionista de las tesis foucaultianas de este concepto. Fulcher, 1998, pp.181-200; Hughes y Paterson, 2008, pp-107-121.
[6] Martínez, 1933, pp. II-III.
[7] Porter, 2000, pp. 279-290.
[8] Ibid, p.1.
[9] Ibid, p. 9
[10] Ibid, pp. 1-2.
[11] Dil, 1920, pp. 9-10.
[12] Ibid, p.114.
[13] Ibid, p. 120.
[14] Mayagoitia (c1957).
[15] Ibid, p. 151.
*Texto tomado del Archivo Documental “Cuerpos, sociedades e instituciones a partir de la última década del Siglo XX en Colombia”. Mallarino, C. (2011 – 2016). Tesis doctoral. DIE / UPN-Univalle.