Olvido y recuperación del cuerpo*
RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de investigación: “Hacia una cartografía del cuerpo en el arte contemporáneo” - Departamento de Humanidades, Universidad Jorge Tadeo Lozano UJTL, Bogotá, Colombia - carlos.sanabria@utadeo.edu.co
Dejar de ser amada es convertirse en invisible. Tú ya no te das cuenta de que tengo un cuerpo. Marguerite Yourcenar, Fuegos.
El fenómeno cuerpo es el problema más difícil.
Martin Heidegger, Heráclito.
Quizá la experiencia de invisibilización u olvido del cuerpo que sucede en el desencuentro amoroso indicado por Yourcenar, es solo un caso de la misma experiencia que parece tener lugar, en los llamados tiempos contemporáneos, en fenómenos de la tecnificación de la existencia. Al tratar de superar y destruir las distancias geográficas y los ritmos de lo cotidiano, al tratar de detener y evitar el paso del tiempo en nuestros cuerpos y pieles de maneras cosméticas y quirúrgicas, al acoger cánones de normalidad corpórea que rozan las fronteras de las patologías y los desórdenes alimentarios, al tratar de eliminar las dimensiones de la mortalidad, el dolor y el temor en nuestras existencias mediante dispositivos médicos, de control o genéticos, pero también al agredirnos física y simbólicamente en el frenesí cotidiano, así como en el exterminio absoluto de las amenazas del mal político o racial, quizás ejercemos justamente esa falta de cuidado y querencia de la que se puede quejar el amante desprovisto de cuerpo por la implacable pérdida del amor.
No solo hay que mirar la incuria cotidiana de los cuerpos en los combates bélicos o los reveses de la naturaleza y de la chapuza habitual de las obras humanas sobre cuerpos enteros de comunidades, para caer en cuenta de la fragilidad del cuerpo y una especie de imposibilidad de atenderlo. En un hermoso poema que empieza, como crónica roja, dando la palabra a testimonios de víctimas de torturas, violaciones, desgarramientos, descuartizamientos, el poeta antioqueño José Manuel Arango termina arriesgando la posibilidad de que los perpetradores es como si aborrecieran la vida.[1]
Y es que ese aborrecimiento de la vida parece no ser simplemente un estado de ánimo caprichoso de nuestros tiempos, sino un giro y una caída que resuenan en la manera como – en las palabras de Nietzsche– los sapientísimos han despreciado la vida y, particularmente una de sus figuras inaugurales, Sócrates, la han considerado como una enfermedad plagada de los engaños, las gravideces y los lastres del cuerpo y sus modos de ser. En el último medio siglo, tanto en la producción artística como académica, es claro el interés y el esfuerzo por dar cuenta del cuerpo. Y en parte, tal notoriedad corresponde a las diversas críticas hechas a la tradición metafísica occidental llevadas a cabo en distintos campos de la cultura, por pensadores como Nietzsche, Marx y Freud. Quizá no es el caso tanto de que el cuerpo no haya estado presente en el pensamiento occidental, sino más bien que efectivamente sí ha estado presente, pero en las maneras defectivas y restrictivas propias de la metafísica en las configuraciones del platonismo, el cristianismo y el cartesianismo. Es decir, el cuerpo sí ha sido central en las formas de pensamiento prescriptivo de la tradición occidental, pero a la manera de su identificación con la fuente del error, el engaño y la inmoralidad. Y, consecuentemente, los correctivos prescritos llevan al disciplinamiento, obliteración, olvido y negación del cuerpo, y al privilegio de su contraparte espiritual, racional e inmaterial. En el caso de la reciente historia del arte occidental, podríamos rastrear esta señalada presencia del cuerpo y la marcada conciencia de la misma en, por ejemplo, dos momentos del siglo XX: las primeras vanguardias y, posteriormente, prácticas artísticas como el accionismo vienés y el body y carnal art. Tras las guerras mundiales, la amenaza de destrucción vital que pende sobre el ser humano y por el ser humano, pero también más recientemente y en los contextos más cercanos, los conflictos contemporáneos, la quiebra tanto ambiental como el fracaso de un modelo de desmesurado crecimiento económico, aprietan sobre nuestros cuerpos de manera incesante. Ya sea en algunas formas de cuestionamiento de la identidad del sujeto y del cuerpo llevadas a cabo por el surrealismo, o en el llamado fascista del futurismo a someter la vida humana a los rigores sanadores de la guerra, o en las prácticas de vejación y flagelación corporal autoimpuestas por algunos miembros del accionismo vienés y del llamado body art, parecería que el cuerpo es lo que –en el decir de Paul Valéry– en primer lugar pone el artista, ya no solo como medio de su factura plástica y visual, sino como material dominable, moldeable y disponible.
¿Qué difíciles asuntos están en juego cuando pensamos el cuerpo, sobre todo en una época que se precia presuntuosamente de lograr el control y disponibilidad de la existencia? Hablamos del cuerpo como reducto fisiológico, biológico, material, bien sea mecánico u orgánico; hablamos de nosotros mismos, de unos y otros, como recurso humano, de la misma manera que reducimos las cosas a recursos materiales o naturales; hablamos de cuerpos que deben ser adiestrados por las últimas modas del fitness y de la dieta, para que sean máquinas sumisas en nuestras empresas más productivas; hablamos del cuerpo como superficie, lienzo, sobre el que inscribimos la cultura; hablamos del cuerpo como acontecimiento y proceso, del cual en últimas parecería que habrían de inventarse nuevos lenguajes como los provenientes de la danza y las artes escénicas y performativas; hablamos y hablamos, y quizá en ello reproducimos lugares comunes y prejuicios que pasan desapercibidos; decimos “tener” cuerpo, y difícilmente discernimos si tener y ser, si ser y haber, son lo mismo, o más bien tratan de nombrar una diferencia monstruosa. Parte de la historia de estos difíciles problemas y formas de ser cuerpo, se encarnan en historias del arte y de la cultura, y son recogidas e interpretadas en algunas publicaciones emblemáticas recientes en este campo, publicaciones que tratan de atestiguar este permanente cuidado que el cuerpo ha recibido en el circuito de los fenómenos y de las prácticas artísticas de este periodo. Entre ellas vale mencionar el estudio de Amelia Jones, Body art y/Performing the subject, publicado en 1998, así como el libro de Juan Antonio Ramí- rez, Corpus solus. Para un mapa del cuerpo en el arte contemporáneo, publicado en 2003, y la edición en castellano del libro El cuerpo del artista, publicado por la editorial Phaidon, en este idioma, en 2006.
[1] Debo esta referencia al poema póstumo “Vendados y desnudos”, al profesor Luis Hernando Vargas Torres, autor de una hermosa y penetrante tesis doctoral: “Problemas de una lectura filosófica de la poesía colombiana del siglo XX. Una aproximación a través de José Manuel Arango (1937−2002)”