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Cuerpo, marginación y prácticas sexuales en jóvenes universitarios del norte de la ciudad de México


 

RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Proyecto de investigación realizado en el Laboratorio en Estudios de Género de la UACM, plantel Cuautpec en el marco del proyecto: Ejercicio de la sexualidad en jóvenes del norte de la ciudad de México.

 

Resumen*


En el trabajo se exponen los resultados de un instrumento diseñado para indagar en torno a las prácticas sexuales que ejercen ciertos jóvenes en el norte de la ciudad de México; el instrumento se aplicó a 400 estudiantes de diversas licenciaturas e ingenierías en el plantel Cuautepec de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), y está diseñado entre otros aspectos, para estudiar la situación sociodemográfica y la práctica sexual de estos jóvenes. Se seleccionó una muestra de 168 hombres y 232 mujeres que vivieran en el norte de la ciudad de México y que sus edades estuvieran en un rango de 18 a 30 años. Respecto al escenario, en la delegación Gustavo A. Madero (donde se ubica Cuatepec), se trabajó con la población joven que optó por realizar estudios universitarios, pero que conserva en muchos casos con lo estudiado en los sectores de bajos ingresos, como en el norte de ciudad de México, el que los jóvenes se caracterizan por haberse incorporado tempranamente (muchas veces desde la niñez) al mercado laboral informal y en muchos casos los adolescentes conocen la maternidad y la paternidad antes de los 20 años (Stern y Medina, 2012).


En la investigación se abordan algunas conclusiones preliminares que buscan precisamente indagar en el fenómeno de la vivencia de la sexualidad como un fenómeno multidimensional, y en ese sentido, se busca arrojar luz sobre el ejercicio de la sexualidad de los y las jóvenes universitarios del norte de la ciudad de México que viven en ámbitos urbanos considerados de marginación social.



Uno: la sexualidad de jóvenes desde la perspectiva de género, el cuerpo y el concepto de juventud en ciernes


Utilizar la perspectiva de género[1] en los estudios en torno a la sexualidad de jóvenes en México requiere, en primer lugar, realizar una aproximación al desarrollo teórico de la categoría de género y de la revisión del carácter histórico del concepto de adolescencia. En las sociedades occidentales, el género designa un sistema clasificatorio de representación cultural que divide a los seres humanos según sus diferencias sexuales, en masculino y femenino; de modo que a partir de la significación atribuida al cuerpo sexuado, varones y mujeres van siendo socializados mediante un conjunto de prácticas, estereotipos, roles, normas, actitudes, nociones, valores, patrones de comportamiento y formas de relación vivenciadas y expresadas en sistemas de representaciones socio-simbólicas imbuidas de contenidos sociales, que se transmiten, circulan y reproducen al interior de las mentalidades y de las instituciones sociales como parte fundante de la experiencia de vida y de la conformación de las identidades individuales y colectivas (Cabral y García, s/año). Por tanto, el género es una categoría cuyo postulado básico es comprender que la diferencia sexual, biológica y reproductiva no explica ni justifica la desigualdad social existente entre mujeres y hombres. Ésta se construye a través de los procesos de socialización y de la valoración jerarquizada entre lo femenino y lo masculino.


Por otra parte, el género y la sexualidad encuentran su cruce en el cuerpo, espacio que exhibe los dispositivos políticos y las series históricas que lo producen y lo transforman. Por tanto como menciona Nieto (2003) no basta con presentar de forma dicotómica la realidad física de los cuerpos y de los sexos, sino que hay que interpretar los significados corposexuales de los mismos, por lo que requieren ser contextualizados en la sociedad donde emergen y se expresan. En consecuencia hay que estudiar al cuerpo no como biológicamente dado sino como un fenómeno sociocultural e histórico (Vartabedian, 2007).


Ahora bien, se puede afirmar con Szasz (1998) que el término sexualidad refiere un fenómeno complejo, histórica y culturalmente dado, que varía según la época, región, cultura, género, clase y generación, y que, al igual que estas características, estructura la vida cotidiana, las creencias, los significados y los sentidos de vida de los sujetos individuales y de los actores sociales. En consecuencia, toda sociedad genera costumbres y normas, prácticas y creencias, que regulan la expresión sexual a partir del cuerpo-género: cuándo tener relaciones sexuales, con quién tenerlas, cuántas veces, de qué manera, con qué objetivo y, sobre todo, qué tipo de relaciones. Sin embargo, a pesar de la impresionante pluralidad cultural, nuestra conciencia de la diversidad sexual humana es muy limitada: ignoramos las prácticas y costumbres sexuales de las demás culturas y respecto de la nuestra, damos por natural la ideología heterosexista en la que nos han educado y calificamos de antinatural lo que desconocemos o nos parece extraño. La evidencia antropológica nos muestra cómo los discursos moralistas construidos a partir de un supuesto orden natural están filtrados por valores etnocéntricos, cuya definición de la sexualidad oculta, desecha o niega otras prácticas, creencias y deseos (Lamas, 1997).


Por otro lado, el concepto de adolescencia responde, al igual que la categoría de género y el término amplio de sexualidad y el cuerpo, a una construcción histórico-social que da cuenta tanto de necesidades clasificatorias de la sociedad como del objetivo de mantener vigente el orden hegemónico (Feixa, 1990). Kett (1993) aduce que la noción de juventud aparece con el desarrollo de la sociedad industrial, cuando se establecen la prohibición del trabajo infantil y la obligatoriedad de la educación. Así el concepto de joven o adolescente se vincula a la generalización de la educación formal y a la subordinación que ésta impone a la familia y a la comunidad como ámbitos que tradicionalmente introducían al individuo en la vida adulta y el trabajo. Por lo que ser joven o adolescente es sinónimo de aprendiz, novicio, inexperto e inmaduro (Nauhardt, 1995). De este supuesto se desprenden diversos sistemas clasificatorios que colocan a los jóvenes o adolescentes en una suerte de péndulo social en el que la edad, más que el desarrollo biológico humano, resulta el criterio fundamental para la determinación de su rol en la sociedad (Nauhardt, 1995). Por ejemplo, la definición de juventud de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sitúa a esta etapa como una edad intermedia entre la infancia y la edad adulta en un rango de 10 a 24 años, donde se ubica la pubertad y la adolescencia. Mientras tanto el Instituto Mexicano de la Juventud delimita la juventud en un rango de edad entre de los 12 a los 29 años. De este modo, podemos observar con claridad primero, que no hay un consenso del rango de edad que define al ser joven, y segundo, que la edad biológica no debe ser el único factor para delimitar la juventud, ya que no podemos dejar de establecer que el rango de edad es un imaginario social que mucha de las veces no toma en cuenta el contexto y las situaciones tan diversas por las que pasa un adolescente en su vida cotidiana.


Es decir, podemos encontrar adolescentes que a corta edad ya reflejan un grado de madurez avanzado, y otros que a pesar de tener más edad y de ser considerados “adultos” siguen llevando a la práctica acciones asociadas a la adolescencia. Por tanto, el concepto de juventud está en ciernes y es puesto a debate.


[1] La perspectiva de género es una mirada desde la cual se reelaboran los conceptos de hombre y mujer. Es una herramienta que permite analizar desde una visión alternativa y explicativa lo que acontece en el orden de los géneros, por lo que es una crítica a los discursos dominantes de la sexualidad, de la cultura y de la organización política de la sociedad (Guzmán y Bolio, 2010). El análisis desde la perspectiva de género, tiene como propósito, descubrir asimetrías y conductas de género presentes en el contexto que se analiza. Es decir, busca abordar los comportamientos, concepciones, valoraciones que sobre el hombre y la mujer están contenidos en el contexto y objeto de análisis. Así, la perspectiva de género trata de develar los códigos (si estos no son explícitos) con los cuales se expresa lo masculino y lo femenino, como dicotomías y estereotipos, a la vez, busca mostrar los factores estructurantes de la subordinación y el significado que se le atribuye en el discurso y en los actos (político, científico, educativo, legal, religioso, historiográfico, planificador, coloquial) (Vartabedian, 2007).


*Universidad Autónoma de la Ciudad de México UACM, México D.F., México - Laboratorio en Estudios de Género de la UACM, plantel Cuautepec / gezabelguzman@gmail.com / laboratoriodegenero@uacm.edu.mx


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