Cuerpos posmodernos: de la utopía a la ficción*
, de sobrevivir como especie y la ilusión de lograr algún control o conocimiento sobre el destino han traído consigo interrogantes que han recorrido a la humanidad en el tiempo y en el espacio. Son preocupaciones que han estado presentes en todas las épocas y en todas las culturas, quizá sólo con pequeñas variaciones e intensidades. Algunas de ellas inquieren acerca del papel del hombre en el mundo, de su posición frente al infinito del universo, otras se dirigen hacia la posibilidad de que no estemos solos, de que existan seres como nosotros más allá de lo observable, más allá de las montañas o el mar, del planeta, del sistema solar o la galaxia. Y otras más interrogan el universo interior, se dirigen a la mente y el cuerpo, ¿son éstas dos entidades independientes? ¿Somos mente, habitando un cuerpo? O como diría Platón ¿almas presas en cuerpos imperfectos? ¿Somos, incluso, sólo un sueño, o dicho de manera más moderna, somos una simulación de computadora? ¿Somos máquinas imperfectas pero perfectibles? ¿Cuáles son nuestros límites? Si es que los hay. ¿Es posible conocerlos?
¿Cuáles son las implicaciones morales de las posibles respuestas y cuáles sus consecuencias en nuestra concepción acerca del libre albedrío?
A primera vista las interrogantes anteriores parecieran ser muy diversas y tener poca o nula relación, sin embargo, en todas ellas se interroga al ser humano y su posición central en el universo, su relación con el resto del mundo y su pretendida superioridad frente a otros seres biológicos, tecnológicos o divinos.
Este antropocentrismo que implica pensarnos como seres superiores o especiales es quizá una consecuencia natural de nuestra capacidad reflexiva, de la conciencia de nosotros mismos y del control que hemos adquirido sobre nuestro entorno. El ser humano es el único ser vivo, hasta donde sabemos, que es capaz de modificar su conducta y sus acciones de manera consciente y el único capaz de reflexionar acerca de éstas.
Pero no siempre ni en todas las culturas han florecido el antropocentrismo o el humanismo. Ya en las escuelas filosóficas griegas existía una corriente que privilegiaba al ser humano y su cuerpo, y consideraba a la cultura y el deporte como fundamentales y como actividades esencialmente humanas, es decir básicas y fundamentales en la definición de lo humano. Debido a esta exaltación de lo humano se les ha denominado humanistas. En los pensadores homéricos el cuerpo era la esencia de lo humano, los cuerpos ágiles, las veloces piernas o los poderosos brazos, leemos en La Iliada. El alma se consideraba como el soplo que da vida al cuerpo y se funde con él, y una vez juntos representaban una unidad en la que la inteligencia podía mejorarse mediante un adecuado régimen alimenticio y con la práctica del deporte lo que significaba una interdependencia entre el alma y el cuerpo, que el alma podría nutrirse a través del cuerpo.
En contra de esta concepción, Platón nos muestra un desprecio por el cuerpo frente al alma. El cuerpo para Platón es sólo una cárcel que obnubila el alma, es ésta el verdadero yo del ser humano. Es el alma donde residen los deseos y los pensamientos, la persona no es el cuerpo sino el alma. El cuerpo es un recipiente incluso estorboso del yo, el ideal ético de Platón es la purificación del alma mediante la negación del cuerpo.
Pero seguramente la cima del descrédito del cuerpo, de lo humano en general y de lo terrenal frente a la divinidad ocurrió durante el Medioevo, en el que predominó la visión pecaminosa del cuerpo junto a la exaltación espiritual pregonada por el imperio católico, por ello el humanismo es visto con frecuencia como la oposición radical al teocentrismo de la Edad Media. Este movimiento humanista se dio especialmente durante el Renacimiento y en él se redescubre al hombre y todas sus capacidades incluyendo la revaloración estética del cuerpo.
La confianza en la razón, en la inteligencia y voluntad humanas y en su capacidad para cultivar todas las áreas del saber identificó, durante el Renacimiento, al humanista con el hombre sabio, viajero, erudito, letrado, conocedor y educado, el caballero sabedor de lenguas clásicas, escritor de poemas, pintor, practicante de la música y hábil en todo tipo de contiendas; un ideal humano con mayor valor estético que ético. La formación integral se asoció con las mejores características de lo humano, el humanista debía ser capaz de mostrar todo lo que le distinguía de las bestias. La confianza en la razón como la característica esencialmente humana se opuso al dogmatismo religioso medieval, el deseo legítimo de conocer se enfrentó a la fe en los iluminados por la divinidad y el optimismo opacó al milenarismo fatalista.
Este humanismo renacentista se negó a pensar que la verdadera vida estuviera fuera de lo terrenal y trajo consigo toda una nueva disposición hacia el saber, la belleza y el mundo. Pero también produjo una cultura elitista, con la definición de la humanidad, cierto tipo de humanidad que agrada, enorgullece y satisface pero que deja de lado la humanidad indeseable y doliente.
Podemos decir que, si el nacionalismo es la apología de una nación y el socialismo la apología de la sociedad, el humanismo es la apología de lo humano, la defensa y justificación del hombre y su quehacer. El humanismo representa la confianza en el hombre y en sus capacidades, y presupone que lo más importante es, frente a todo, la felicidad y el bienestar del ser humano. En contraparte, el elogio a cualquier otra cosa que margine o desplace al ser humano de su posición central privilegiada será un movimiento hacia la periferia que, si no fuera apropiado denominarle antihumanismo, sí representa una posición en la que se reconocen las limitaciones del hombre, ya sean físicas o morales o bien se destaca el valor, dignidad y la centralidad de otras cosas o seres y se les otorga cuando menos la misma importancia que al hombre, ya se trate, por ejemplo, de animales, de todos los seres vivos, de la tecnología, de alguna divinidad o de la naturaleza en general. Quizá podamos denominar antihumanistas a algunas de estas posturas cuando se enfrentan de alguna manera a lo humano, se refieren a la pérdida del sentido de éste o manifiestan algún desprecio hacia él y tienen la pretensión de colocarse en el lugar central del universo.
*Salvador Jara Guerrero (2009) / Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo Morelia, Michoacán, México - Facultad de Ciencias Físico Matemáticas / Instituto de Investigaciones Filosóficas / sjarag@gmail.com