Imágenes del mundo, imaginarios sobre el cuerpo: el cuerpo como mercancía
O bien se hacen ilusiones y separan el cuerpo de todo lo demás, pero lo que complica el asunto es todo lo demás
Heinrich Böll
En todo tiempo y en todo espacio, el cuerpo siempre ha sido un paradigma para el hombre. Necesariamente, pues es el hombre mismo. Ya sea “a favor” -el cuerpo como medida de todas las cosas — o “en contra” –el cuerpo como tabernáculo del espíritu--, el cuerpo ha estado presente en el centro de la reflexión humana. Y no sólo de la reflexión, ha sido fundamental en el modo de ser del hombre, pues el cuerpo es una construcción en la que también depende lo que de él se piense y se diga. La literatura antropológica cuenta con numerosos ejemplos en los que se destaca la manipulación del cuerpo para transformaciones o afirmaciones simbólicas. Tal manipulación obedece a sistemas clasificatorios que necesariamente pasan por lo simbólico y lo imaginario. La serie de creencias en torno a cualidades, propiedades y sustancias corporales, se adecuan en consonancia con los distintos sistemas culturales de los que forman parte.
“En todas las sociedades el cuerpo tiene como función el dar cuenta del orden social; y las representaciones del cuerpo son tales que el orden existente en una sociedad se incorpora a través de las representaciones de los órganos, las diferencias anatómicas y fisiológicas que existen entre el cuerpo de la mujer y el cuerpo del hombre. Al mismo tiempo y según las circunstancias, este testimonio legitima o ilegitima el orden social. En consecuencia, el cuerpo está sometido en forma muy dúctil y maleable a las transformaciones o al cuestionamiento de ese orden (todas las diferencias) son transformadas en mensajes sobre la sociedad y sobre el individuo, porque no se puede separar al individuo de la sociedad”[1].
“Es muy importante demostrar que la constitución del cuerpo cultural, del cuerpo social, del cuerpo socializado, la producción cultural y la producción social de los cuerpos significan el desarrollo de representaciones imaginarias de los procesos de vida, de fabricación de un ser, de la conformación de los signos de su cuerpo, de los parecidos, de las diferencias entre las generaciones, etcétera. Y este imaginario después –y eso es muy importante— se expresa mediante distinciones simbólicas, por lo cual resulta fundamental subrayar que un símbolo presenta siempre un conjunto de representaciones imaginarias” (Godelier: 20-21).
Los cambios en los distintos modos de producción que ha vivido la sociedad occidental han modificado las visiones del mundo y, por supuesto, del cuerpo. A partir de la Revolución Industrial, principalmente, los procesos de producción han cambiado de forma vertiginosa; mientras más se han introducido máquinas sustituyendo el trabajo humano, las consideraciones al cuerpo también se han transformado. Por ejemplo, la determinante influencia del fordismo-taylorismo consistente en sistematizar la producción en serie, obliga a una medición de tiempos y movimientos que automatizan el trabajo corporal; así, el cuerpo va perdiendo movilidad y la propia idea de que puede tener movilidad.
Actualmente la tecnología y, por lo tanto, grandes fases del sistema de producción capitalista requieren, cada vez más, de menos esfuerzo corporal. La lógica del funcionamiento de este sistema privilegia la inteligencia humana --que se piensa no involucra al cuerpo-- ya que es ésta la que posibilita la creación y acceso a la alta tecnología, además de que es la que permite la organización dentro de todo sistema productivo, amén de que el fin primero y último es la obtención de ganancias. Bajo estos principios –dichos de manera excesivamente simple--, el cuerpo ha pasado a un segundo plano, ha dejado de ser importante por sí mismo, pues sólo es valioso en la medida de lo que la mente produce, se ha convertido en el vehículo del cerebro, es decir, se ha convertido en objeto.
La filosofía, la ciencia y la religión[2] han sido cómplices de este proceso; las reflexiones de la primera; los avances, por ejemplo de la medicina que insiste en considerar al cuerpo como una maquinaria; la disociación entre cuerpo y espíritu de la tercera, ha propiciado que hoy en día se viva, contundentemente, la distinción entre cuerpo, como objeto, un continente y “algo” –mente, espíritu, alma, razón— como contenido que es valorado muy por encima de su contenedor.
Dentro del sistema de clasificaciones de la sociedad actual, la distinción arriba señalada ha propiciado que el cuerpo humano se considere como un objeto y, tal y como dijera Mary Douglas, los sistemas clasificatorios juegan una doble función: se crean las clasificaciones y posteriormente estas se revierten y clasifican; así, el cuerpo se vive como un objeto.
El cuerpo objetivado ha sido víctima de tal objetivación. Tal y como lo ha señalado Foucault en su historia sobre la sexualidad, al cuerpo se le han ido mutilando sus capacidades; la idea de placer, en lo que al cuerpo se refiere, se ha centrado en la sexualidad; así el cuerpo es objeto de placer sexual; toda otra posibilidad le ha sido, paulatinamente, vedada.
El cuerpo como tal ha perdido importancia, al menos que sea para la obtención de otros fines; se le ha convertido en objeto y como sucede con prácticamente todos los objetos en una sociedad de consumo, ha vivido un proceso de mercantilización. El hombre está enajenado porque es objeto de su propio objeto, ha creado la mercancía y ahora vive todo mercantilizado, empezando por su propio cuerpo. Ya Marx había señalado que “la riqueza de las sociedades en las que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías y la mercancía como su forma elemental”3.
Dado lo anterior resulta necesario observar cómo y de qué manera el cuerpo se convierte en mercancía, así como el lugar que ocupa y cómo lo ocupa –tanto de manera simbólica como imaginaria-- dentro de la lógica de mercado de las sociedades de consumo. Para ello, las propuestas de Marx son un extraordinario punto de partida.
Para analizar la mercancía y llegar a postular como es definida, al igual que su teoría del valor en relación, por supuesto, a las mercancías, Marx señala que cada mercancía es un objeto que satisface, de manera real o imaginaria, necesidades de cualquier índole. Todo objeto puede verse desde la perspectiva cualitativa y desde la cuantitativa. Atendiendo a sus cualidades dirá que cada objeto está conformado por diversas propiedades, mismas que determinan la utilidad del objeto; esta utilidad es la que convierte al objeto en valor de uso, el cual se encuentra condicionado por las cualidades materiales de la mercancía, con independencia del trabajo que se haya aplicado para su obtención. “El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo de los objetos (…) Los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta.
A propósito de la presente reflexión de Godelier, cabe señalar un importante antecedente analítico. Para este autor “el cuerpo tiene como fin dar cuenta del orden social”; si se sigue la reflexión de Mark Johnson (El cuerpo en la mente, Debate, Madrid, 1991), quien considera que el cuerpo es la base a partir de la cual se comprende y se vive, lo que se comprende y se vive y que la estructura de la racionalidad no trasciende las estructuras de la experiencia corporal. Este autor postula “la indispensabilidad de la comprensión humana corpórea para alcanzar significado y racionalidad” (18-19). Asimismo, señala que las categorías se crean a partir de la percepción y la capacidad motriz, es decir, que las estructuras (de toda índole) también dependen de la naturaleza del cuerpo humano de tal suerte que, incluso los cambios semánticos históricos se explican “a través de proyecciones metafóricas en el seno del sistema conceptual humano, motivadas por experiencias humanas comunes” (14). Acorde con lo anterior, no es de extrañar que, como dice Godelier, el cuerpo de cuenta del orden social. La fuente es Godelier, Maurice, “Simbología del cuerpo, orden social y lógica del poder” en MarieOdile Marion (coordinadora), Simbológicas, CONACYT/Plaza y Valdes/INAH, México, 1997: 17, en adelante sólo se citará la página
[2] No es objeto del presente trabajo señalar cómo se han desarrollado las reflexiones en torno a la disociación entre contenido y continente con referencia al ser y al cuerpo; los distintos motivos como el distinguir entre necesario y contingente, forma y sustancia, forma y contenido, percepción y conocimiento, material e inmaterial, etcétera, han sido fundamentales para tal distinción.