El lado salvaje de la vida: cuerpos y emociones
Resumen
El cuerpo representa un nuevo objeto de estudio para las ciencias sociales. En este ensayo examinamos los discursos sobre los propios cuerpos, de individuos que en su práctica cotidiana, cuestionan o resisten los mandatos culturales vigentes del menoscabo de los sentidos y la aversión al ocio y vagabundeo. Los discursos en torno a las experiencias corporales de teatreros, cirqueros y bailarines clásicos iluminan aquella dimensión de la corporalidad que nos arrebata el sistema neoliberal imperante y sus nuevas tecnologías de la información y comunicación: el cuerpo como locus de la emotividad y materialidad. Palabras claves.- Emociones – cuerpos – sentidos – experiencia corporal
Summary
The body represents a new focus of social science research. Th is paper examines the discourses of individuals on their own bodies relating to their daily practices, that question and resist cultural mandates forces that impair the development of the senses, and the aversion to idleness and vagrancy. Th e discourses on bodily experiences of theater people, circus and classical dancers light up the dimension of corporeality that robs us of the prevailing neoliberal system and its new technologies of information and communication: the body as a locus of emotion and physicality. Key words.- Emotions - body - senses - body experience
“Construir el cuerpo es una cosa de manía, de curiosidad llevada al límite”
(Cirquero)
“Trabajo todos los sentidos, me fi jo en los olores, los colores… no hay límites. Cada momento lo vivo tremendamente”
(Actriz)
1. El menoscabo de los sentidos
La animalidad, las expresiones colectivas de las emociones y la sensualidad de los sentidos, son sometidas permanentemente –en la vida cotidiana contemporánea- al silencio, al ocultamiento. Como señalara Elias (1997), el proceso civilizatorio nos habría llevado a controlar las expresiones naturales de nuestros cuerpos y como correlato, de nuestra sensorialidad. Esto se manifi esta en el desconocimiento o falta de reconocimiento que las personas tienen sobre sus propios cuerpos. Es decir, a pesar de la profusión de imágenes mediáticas, los cuerpos resultan ser los otros desasidos de la experiencia cotidiana. Una joven universitaria de 23 años nos comenta,
“Yo siento que no conozco mi cuerpo y ese desconocimiento hace que haya un quiebre entre lo quiero / no lo quiero; lo cuido / no lo cuido. No lo conozco a pesar de estar encerrada en él (…) o sea vives con él, caminas con él, te miras al espejo y digo “ya este es mi cuerpo”. Pero cómo funciona adentro, qué sensaciones tienes cuando haces esto o aquello… este… en el mismo plano íntimo, creo que uno no llega a conocer 100% su cuerpo…”
Mientras un ama de casa de 73 años señala, “Mi cara no existía para mí (…) Es que yo tengo una máscara, yo así nomás no me quejo, no me gusta que me tengan pena.”
En ambos relatos resulta dramático constatar la difi cultad para re-conocer el cuerpo como fuente de sensaciones, de lugar de enunciación y de base de operaciones del estar en el mundo.
Lo que parece caracterizar la vivencia corporal de las mujeres de diferentes edades (Kogan 2007) es la percepción de sus cuerpos como imagen, como superfi cie más que como organismo con materialidad o con densidad. Las mujeres hablan permanentemente de sus cuerpos, sin embargo, les cuesta representárselos como fuente de sensualidad, goce y experimentación de la sexualidad.
Es probable que el proceso de urbanización haya contribuido a instaurar la “insensibilización del cuerpo, pero su erotización visual” (Sennett 1997) al facilitar la mirada voyerista de los varones, sobre los cuerpos femeninos en el espacio público. Y adicionalmente, se haya controlado la mirada de las mujeres sobre sus propios cuerpos, impidiéndoles conectarse cotidianamente con su propia vivencia de la materialidad corporal: las mujeres no debían verse desnudas y no conocían su fi siología: los espejos de cuerpo entero solo cubrían las pareces de los burdeles (Ariés 1991).
Este proceso histórico le habría proporcionado a los varones, mayores licencias para conectarse con la materialidad de sus cuerpos; sin embargo –a la vez- se les niega el discurso sobre esas emociones: muy difícilmente los hombres elaboran discursos sobre sus sentimientos y emociones ligados a la materialidad corporal, ya que ello tendería a feminizarlos. Un varón de 69 años nos propone fehacientemente,
“Nunca he sido una persona que te pueda decir que he cultivado mi cuerpo para mostrarlo ¿ya? Por decirte como quien digamos, el físico culturismo… todas esas cosas no, no, no, lo que he tratado de mantenerlo sano, ágil y respondón. Ya, pero (risas), pero no, no, como un cultivo de ¡OH! qué bello soy, ni qué lindo mi cuerpo, me vendría mejor esto, o esto otro no. No, no, nunca, nunca, nunca, nunca, nunca”.
La modernidad -desde la idea de la superioridad moral de la razón sobre la emoción-, nos habría llevado paulatinamente al abandono de nuestra capacidad de conectarnos con nuestras emociones y sensaciones corporales: hemos perdido la facilidad del uso de nuestros sentidos: -al margen de la vista y el oído-, el mundo occidental ha relegado el tacto y el olfato, al olvido; y el gusto, a su mínima expresión. Vivimos cuerpos menoscabados.
Cabe anotar que la percepción sensorial constituye un asunto físico, pero de modo simultáneo y cultural. Resulta signifi cativo mencionar que la enumeración de los sentidos es variable según épocas y grupos culturales. Por ejemplo, en la historia occidental, se encuentran referencias desde cuatro a siete sentidos (Classen 1993: 2-3); mientras que en culturas no occidentales - se han reportado clasifi caciones que contemplan dos sentidos: por ejemplo, la percepción visual y la percepción no visual.
Para el caso occidental, Giddens tipifi ca este proceso de paliación o menoscabo de nuestros sentidos como el secuestro de la experiencia; es decir, un proceso que esconde lo rutinariamente orgánico. Para el autor, “los procesos interconectados de ocultamiento que apartan de las rutinas de la vida ordinaria los siguientes fenómenos: la locura, la criminalidad, la enfermedad y la muerte, la sexualidad y la naturaleza” son inherentes a la experiencia moderna (Giddens1998:199): sentimos incomodidad, asco y vergüenza frente al moribundo, al cuerpo desnudo de una mujer u hombre viejo. Y una forma de lidiar con lo obsceno en las sociedades modernas, ha sido su disimulo. Por ello, habrían desaparecido las fórmulas sociales para lidiar con el envejecimiento, para asistir al moribundo, para tratar al loco, etc. Solo los expertos parecen conocer fórmulas para afrontar –en instituciones totales- la enfermedad y la muerte o cualquier otro fenómeno considerado obsceno.
Elías (1989: 109) en su magnífi co libro, La soledad de los moribundos, describe como hecho inusual, los cuidados y compañía que le brindó Anna Freud a su padre en el proceso de morir,
“El tumor despedía un olor cada vez más nauseabundo. Ni siquiera su fi el perro se acercaba ya a él. Tan sólo su hija Anna Freud, con indomable fortaleza y amor por el padre moribundo, siguió ayudándole en las últimas semanas y le salvó de sentirse abandonado”.
La estética de puritanismo corporal; es decir, de la higiene y del ocultamiento de nuestros fluidos y olores corporales resultó ser la otra cara de la medalla del menoscabo de los discursos sobre nuestra corporalidad y nuestras emociones. Hoy son incontables los discursos publicitarios de productos y servicios ofrecidos para encubrir nuestra animalidad orgánica.
La estética de lo ligero – puritano, nos propone esconder la densidad de nuestra experiencia corporal cotidiana. La estética de lo ligero –puritano, se impuso con la cultura del entretenimiento a fines del siglo XIX en detrimento de la cultura popular urbana que desplegaba narrativas de lo maravilloso, lo obsceno, lo dionisíaco y fantasmagórico: es decir, de la carnalidad y sus fl uidos (Abruzzese y Miconi 2002). Vale la pena recordar los freak shows, producto de la cultura popular urbana norteamericana, que mostraban -hasta iniciada la Segunda Guerra Mundial-, los cuerpos anómalos -producto de desórdenes endocrinos- de hombres obesos, mujeres con barba, enanos y gigantes, etc. Muchos de ellos adornados con historias extraordinarias en torno a las temáticas fantásticas de los eslabones perdidos entre animales y hombres o reyes y reinas de mundos remotos (Garland 1996). Las atroces imágenes de los cuerpos mutilados de soldados que regresaban del escenario de la Segunda Guerra Mundial desdibujaron el goce y curiosidad alrededor de los cuerpos materialmente anómalos, a la par que la endocrinología explicaba aquellos -otrora cuerpos fantásticos- como producto de errores metabólicos.