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EL «CUERPO» COMO BASE DEL SENTIDO DE LA ACCIÓN


El poder de una ciencia

no es conocer el mundo: dar orden al espíritu.

Formular con tersura

el arte magna de su léxico

en orden de combate: el repertorio mágico

de la nomenclatura y las categorías,

su tribunal preciso, inapelable prosa

bella como una máquina de guerra.

Y recorrer con método

los desvaríos de su lógica; si de pájaros

hablo,

prestar más atención a las aves zancudas.

Guillermo CARNERO, Elogio de Linneo.




INTRODUCCIÓN


La mirada moderna sobre el cuerpo es la mirada que lo separa de la mente. Del mismo modo que enfrenta lo material con lo cultural y contrapone la acción con la estructura. La imagen moderna del ser humano por antonomasia es la imagen cartesiana del fantasma en la máquina. De ella y de sus diversos refinamientos sólo nos hemos podido empezar a deshacer a partir de la crisis cultural acaecida en la segunda mitad de nuestro siglo1.


Si nos reducimos a la teoría social podemos constatar que desde los años setenta se vienen produciendo diversas investigaciones dirigidas tanto a superar esos dualismos (especialmente el que se establece entre estructura y acción) como a impedir la reducción de uno de los polos del dualismo al otro. En esta dirección aparece, por ejemplo, el intento habermasiano de fundamentar la teoría crítica en los presupuestos pragmáticos de la comunicación o, de un modo más próximo a mi propuesta, encontramos la teoría de la estructuración de A. Giddens, que pretende hacernos ver en la acción una corriente de realizaciones estructuradas y estructurantes. Este es el espíritu que alimenta mi trabajo: la superación de los dualismos modernos.


Sin embargo, este estudio forma parte de una investigación amplia, todavía en curso, que versa sobre la producción y reproducción de los marcos de sentido de la acción. En concreto, el presente artículo se limita a ser el desarrollo de una de las conclusiones de esa investigación, a saber, de aquella que afirma que el «cuerpo», o, mejor dicho, la constitución social y constante de la corporalidad, es una solidificación básica del trasfondo, que posibilita la configuración de marcos de sentido para las diferentes acciones. Esto hace que al buscar un camino para la superación del dualismo mente-cuerpo lo encuentre ligado a la superación del dualismo moderno entre lo simbólico y lo material.


Lo más peculiar de mi propuesta ha surgido a la hora de tomar un referente para esa superación. Me he visto conducido por el lenguaje a reconocer un hecho en el que nunca había reparado, a saber, que la teología cristiana dominante, que durante siglos ha sido germen y alimento del dualismo mente (alma)-cuerpo, contenía también la idea de la unidad de esos polos. Una unidad que se habría dado en un caso concreto (Jesús) y que se anunciaba para todo ser humano.


Mi propuesta es que la reapropiación y secularización del concepto de «encarnación» facilita aquella superación y ayuda a ver en la corporalidad el lugar básico donde se funden y diluyen muchos de los dualismos modernos. Este movimiento conceptual nos ayudará a ver el «cuerpo» como la materiali-dad significativamente conformada; como la estructura dinámica de interacción con el medio, que alimenta nuestros procesos cognitivos y volitivos; y como el asiento de la estructuración social, que hace posible la realización de acciones y la reproducción de estructuras.


Independientemente de que pueda resultar una contribución algo atípica a un número monográfico sobre la sociología del cuerpo, lo cierto es que, dado lo novedoso de algunos aspectos de esta propuesta y lo extraño de algunos otros, estimo conveniente recordar su localización en el seno de una tendencia general. Por ello, el primero de los dos objetivos yuxtapuestos que me propongo consiste en mostrar la relevancia de una incipiente «tradición» de investigación en ciencias sociales y, especialmente, de una vertiente de la misma, que he venido siguiendo en los últimos años. Ello me obligará a hacer algunos apuntes o notas, como son: recordar brevemente los procesos y rasgos principales de esa «tradición» o contexto teorético en que se mueve nuestra propuesta (ver § 1); recordar la pertinencia de indagar en (las condiciones de posibilidad de) la pregunta por el sentido de una acción (ver § 2); y traer a colación el beneficio que mutuamente se procuran diferentes vertientes de aquella tradición (§ 6). También se mostrará indirectamente la relevancia de nuestra investigación si consigo mi segundo y principal objetivo, que consiste en hacer aceptables una serie de consecuencias o resultados que se han ido desprendiendo de mi investigación general, y que deberían permitir al lector o lectora construir el argumento sobre el que se sustenta mi propuesta concreta sobre la encarnación como asiento de la constitución de los marcos de sentido de la acción. En concreto, y dicho de forma excesivamente contundente al usar un formato de tesis, pretendo mostrar la aceptabilidad de las siguientes afirmaciones: El sentido, significado o contenido representacional es un elemento básico en la configuración de toda acción en cuanto tal, y por lo tanto ha de ser tenido en cuenta a la hora de explicar, comprender o simplemente saber a qué atenerse con la acción (ver § 2).


La (re)producción ontológica del sentido de una acción, así como su reproducción analítica por parte de los científicos sociales, se asienta sobre el hecho de que sus elementos configurantes (agentes, intencionalidad y juegos-de-lenguaje) se constituyen a partir de un trasfondo común, que se condensan en tres momentos configuradores básicos: identidad, habitus y encarnación (ver § 3). El uso laico o seglar de un concepto tan potente como el de «encarnación» nos ayuda a captar en su riqueza el papel fundamental, ontológico y metodológico, que cumple el «cuerpo» en la constitución y el conocimiento de la realidad social, y que nuestro dualismo cartesiano y modernista nos impedía apreciar (ver § 4). La reapropiación del concepto de «encarnación», lejos de ser una cuestión meramente terminológica, está ligada a la investigación empírica y le aporta una especial fuerza metafórica y crítica (ver § 5). Es bastante probable que el «cuerpo» juegue un papel semejante en todo el ámbito del conocimiento humano y de la producción y captación de significados (ver § 6).


NOTAS

  1. Agradezco aquí las diferentes ayudas que me han brindado para esta investigación algunos profeso-res de la Universidad de California en Berkeley (J. Arditi, N. Smelser, J. Searle y H. L. Dreyfus) y de la Universidad Complutense (C. Corral, F. Serra, M. Barañano y T. Huertas). Pero, sobre todo, quiero agradecer la colaboración de L. Pérez Latorre, cuya ayuda y amistad son inestimables.


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