LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL CUERPO
Existen dos realidades fundamentales y básicas que caracterizan cualquier experiencia individual de la vida social, una es simbólica —el lenguaje—, la otra física —el cuerpo—. Estas dos realidades están presentes en todas las situaciones, y actúan como necesarias referencias físicas y simbólicas para que el individuo participe de los procesos de objetivación y socialización de la cultura referencial en la que se encuentra inscrito. Estas realidades interactúan permanentemente como medios de percepción y expresión individual de la cultura referencial, hallándose sujetas a significados cambiantes y variables. Ambas son manifestaciones de los procesos de reflexión del sujeto colectivo e individual. La reflexión se define como el proceso de «autoconciencia» de la cultura referencial (ver diagrama 1), la cual es objetivizada a través de las interacciones y reinterpretaciones del individuo, por medio de las cuales, simultáneamente, la cultura referencial es modificada sucesivamente.
En consecuencia con esta propuesta, el cuerpo y el lenguaje son procesos relacionales duales en la construcción de la identidad del individuo: 1) ambos son construidos en el contexto de los procesos de reflexión de la cultura referencial (v. gr., erotización, biologización y sublimación del cuerpo; politización, moralización, etc., del lenguaje); y 2) son significados físicos y simbólicos de la objetivación de la cultura referencial.
EL SIGNIFICADO DEL CUERPO
Diferentes propuestas teóricas sobre la naturaleza de la identidad del individuo (v. gr., psicoanálisis, aprendizaje social, desarrollo cognitivo, construccionismo social, etc.) apuntan hacia la existencia de un área incuestionable, la cual representa los límites de una frontera simbólica —pero no irreal— donde la sociología no tiene competencia científica: la esencia biológica del cuerpo humano. Este es un punto en donde, hasta el momento actual, las explicaciones sociológicas no se han adentrado: el significado de lo social en el proceso de humanización, o lo que es comúnmente llamado la evolución biológica 1. Aunque algunas teorías (Foucault, 1981; Bordo, 1988; 1990) explican cómo los diversos significados específicos que adquieren nuestros cuerpos son constituidos por nuestra propia cultura, las mismas teorías se refieren, igualmente, a un cuerpo preexistente a dicha cultura, una suerte de recipiente material, como el marco biológico necesario que para nuestras actividades sociales sean definidas en el contexto de la realidad. Una de las críticas a la corriente teórica del construccionismo social es la contradicción que parece estar implícita en muchos de sus argumentos, para los cuales el significado del cuerpo adquiere un carácter indispensable en lugar de ser un rasgo culturalmente accidental 2.
Diana Fuss (1990) basa su argumento en que el construccionismo social, al igual que otras muchas perspectivas teóricas, requiere de la constante e ineludible referencia al cuerpo humano como receptor de cualquier suceso social. Diana Fuss identifica el cuerpo como el «lugar» donde la sexualidad es una realidad en la vida de un individuo, el cuerpo es una condición permanente —aunque siempre cambiante—, una circunstancia esencial para la expresión de la sexualidad, sin cuya existencia la realidad social (v. gr., la sexualidad) no es posible. Es evidente que en ésta y otras propuestas que postulan la esencialidad del cuerpo, el atributo de esencialidad está íntimamente vinculado a la supuesta condición biológica, que aparentemente muestra el cuerpo como un ente tangible, material, no sujeto a los «vaivenes» del acontecer social y, por tanto, un fenómeno que no participa de la realidad social, sino que coexiste en paralelo. En defensa de una definición del cuerpo humano como una realidad «cultural» en lugar de «esencial», debería contemplarse el hecho de que incluso la presencia permanente de un cuerpo biológicamente cambiante, una vez que entra en contacto con el entorno social (incluso antes de nacer el individuo), está sujeta a significados diversos, importantes para la interacción social. Este fenómeno es debido a que son esos significados los que determinan los comportamientos del individuo en respuesta a estímulos del entorno (v. gr., la adolescencia puede entenderse como período de cambios biológicos o bien como un cambio en las interpretaciones que el entorno social y el propio individuo realizan sobre manifestaciones físicas, psíquicas y sociales).
Desde el momento que nos referimos a fenómenos que tienen lugar en la sociedad, la esencialidad de lo biológico pasa a un segundo lugar en su facultad determinante, frente a la acción de la cultura social, ya que otros aspectos sociales en los que la interacción del individuo tiene lugar (v. gr., la creación simbólica, el desarrollo de la medicina, etc.) modifican y re-crean esas realidades biológicas. Existe la necesidad analítica de alejarse de las concepciones tradicionales (v. gr., el proceso de humanización entendido como evolución biológica) y de las proposiciones invariables (v. gr., la esencialidad del cuerpo humano) 3, para situarnos en las realidades contingentes (v. gr., la eventualidad de la manifestación física del cuerpo humano como consecuencia de un proceso social de humanización que bien podía haber sido otro, y con otros resultados distintos —véanse otras sociedades animales—). El hecho de observar a los factores biológicos como variables no determinantes en los procesos de humanización, sino como dependientes de la evolución e influencia permanente de un entor-no social multifactorial, es fundamental para entender los límites de la biología en la explicación del sexo femenino y de los factores interactuando en la construcción de la identidad sexual femenina, cuyos orígenes y manifestaciones (v. gr., la asignación de género, las expectativas de comportamiento diferenciado entre personas de distinto género, etc.), puede argüirse, pertenecen a la realidad social. De igual modo, sería de utilidad arrojar alguna luz sobre el análisis sociológico, y hacer extensible la misma propuesta social-constructivista para explicar históricamente los procesos de desarrollo psicológico y fisiológico del ser humano, a través de la evolución de las interacciones del individuo con su entorno social.