LA RECONSTRUCCIÓN DEL CUERPO HOMOSEXUAL EN TIEMPOS DE SIDA (1)
Pero, ¿cómo es posible que los homosexuales varones tengan esta capacidad sexual? Se ha tratado de buscar diversas explicaciones. Es posible que los gays sean unos «seres superiores» desde el punto de vista sexual, por lo que hay que desterrar esa imagen de seres frágiles e indefensos que en otro tiempo se ha querido dar de este grupo.
(Alfonso DELGADO, Catedrático de la Universidad del País Vasco.)
Contre le dispositif de la sexualité, le point d’appui de la contre-attaque ne doit pas être le sexe-désir, mais le corps et les plaisirs.
(Michel FOUCAULT, La volonté de savoir.)
1. LA REDUCCIÓN AL CUERPO COMO PRINCIPIO DE SUJECIÓN
La consideración preferente de algunas categorías de personas en función de sus cuerpos ha sido, a través de los tiempos y en muchas culturas, una estrategia recurrente de control y dominación. Si bien la realidad humana es (de manera general e indiscutiblemente) corpórea, podría decirse que «algunas personas son más cuerpo que otras». El postulado de «más cuerpo» no es, necesariamente, una cuestión de «volumen» sino de «esencia». Ese plus no constituye, pese a lo que pueda en principio parecer, una ventaja, sino más bien un inconveniente. La hipercorporalización no es fruto del azar, sino que responde a determinados principios de sujeción. Las categorías humanas en exceso encarnadas coinciden a menudo con sectores sociales discriminados, explotados y oprimidos. Cuando dichas categorías humanas se ponen de manifiesto como «sujetos pacientes» de prácticas de dominación y de ejercicio de poder, puede afirmarse que los criterios que las definen responden más a factores ideológicos o morales que a las supuestas diferencias de naturaleza o esencia que se aducen.
La contingencia histórica y el relativismo cultural a que nos lleva el estudio de dichas categorías parecen incidir en esta consideración. Ser sobre todo cuerpo significa dejar de ser otras cosas; abandonar la posibilidad de existencia en esferas distintas de la material. Significa, en ocasiones, no poder acceder al verdadero estatuto humano; perder la posible dimensión ética, social o política de la existencia. No ser hijo de Dios, no poder ejercer la ciudadanía o carecer del derecho a la palabra son posibles manifestaciones de este proceso. Corolario de ello, la corporalización de determinadas categorías significa también, quizás, la pérdida de libertad y de autonomía, en beneficio de quienes sí ejercen una humanidad plena que les capacita para adoptar decisiones y determinar la propia vida y las vidas ajenas 2. Este trabajo pretende revisar los procesos generales de reducción de categorías humanas a un estatuto corpóreo, prestando especial atención al proceso histórico de constitución de un «cuerpo homosexual» y a la violenta reorganización de tales postulados en el actual contexto de la pandemia de Sida. De forma aparentemente paradójica, propondré que es desde el cuerpo desde donde debe lucharse, tanto contra los criterios de reducción discriminatoria y dominación como contra la mismísima pandemia.
2. LOS PRECEDENTES DEL CUERPO HOMOSEXUAL
El establecimiento de categorías humanas hipercorpóreas, evidente en nuestras sociedades actuales, tiene, no obstante, algunos destacados preceden-tes. Desde las más antiguas civilizaciones (y ya lo expresa Aristóteles de manera rotunda), esa reducción al cuerpo se ha operado en las poblaciones esclavizadas. Los esclavos eran, sobre todo, cuerpo trabajador, fuerza física, organismo destinado a la producción, mercancía orgánica. Eran objeto de compra y venta sin que importara otra cosa que su dentadura, su musculatura, su edad, su capacidad productiva y reproductiva. Cumplían su función ejerciendo su corporalidad, y si frustraban las expectativas de sus amos eran castigados en sus cuerpos. La esclavitud era considerada el estado natural de determinados pueblos. Tanto más fácil es la reducción cuando pueden establecerse distinciones «esenciales», como el color de la piel, por ejemplo. Una particularidad fisiológica dotada de un significado especial, un «estigma» fácilmente reconocible y susceptible de resaltar lo propio frente a lo que se constituye como una alteridad extraña, contribuye, sin duda, a este proceso de reducción colectiva a la dimensión corporal 3.
Otro ejemplo típico de reducción al cuerpo, también señalado por Aristóteles y patente aún en la mayor parte de las sociedades de nuestro entorno, lo constituyen las mujeres. El destino social que se establece en nuestras sociedades para todas las mujeres; el requisito de realización e integración exigible es la maternidad. Esta funciona a menudo como criterio de explicación y justificación de la reducción de las mujeres (realidad anatómico-biológica) al cuerpo de mujer (realidad social). La maternidad (la mujer realizada) se constituye como embarazo culminado, como producción o fabricación de nuevos cuerpos a partir de una base fértil y fecunda, como gestión de la supervivencia de los nuevos organismos a través de la lactancia, de su cuidado en caso de enfermedad, de su limpieza...
La mujer fabrica (a partir de la «semilla» del hombre) y atiende (bajo la protección y supervisión de éste) el cuerpo de sus hijos e hijas. Pero, además, actúa también sobre su propio cuerpo. Si su realización social se establece a partir de la maternidad, cuando ésta aún no se ha completado, o cuando ha quedado superada, es la adecuación al régimen del género lo que impone su corporalidad. La mujer «femenina» se acicala, se decora, se cubre y se descubre, se contonea, se insinúa, no para sí, sino para el otro. El régimen de la «estética femenina» (como cualquier análisis sociológico de la moda pone de manifiesto) no es, en general, una construcción autónoma de las mujeres. Por último, la mujer permite incluso el ejercicio vicario de la corporalidad de su marido, al satisfacer sus «instintos». Es éste quien le permite gozar: cualquier ejercicio de corporalidad está condicionado a la presencia masculina. Las mujeres (como los esclavos) sólo adquieren relevancia en la manifestación de su realidad corporal. El matrimonio como adquisición del cuerpo femenino (colchón sobre el que reposa el guerrero o campo que sembrar); la prostitución, en la que lo único que puede negociar la mujer es su cuerpo, mientras que el hombre (cliente o proxeneta) tiene el dinero, o, en última instancia, la fuerza, el poder y la legitimidad; la publicidad, en la que la mujer se muestra como comple-mento equivalente del producto; y la pornografía, única representación posible de la realidad lésbica, en la que, paradójicamente, el hombre acaba también por estar presente como consumidor de cuerpos que disfrutan sin su presencia inmediata, son otros tantos ejemplos de la reducción de las mujeres a su realidad corporal.
Tales procesos evidencian la reducción de las mujeres en general a un estatuto subsidiario y explotado. Sin embargo, como veremos, el estigma, la diferencia evidente constituida como criterio que da lugar a diversas implicaciones, no es un factor imprescindible a la hora de determinar categorías que se caractericen por una particular corporalidad. En ausencia de estigma, la anulación progresiva de toda dimensión no corpórea basta para justificar ese estatuto de inferioridad. Aunque, en rigor, ni siquiera es necesario que tal reducción al ejercicio de la dimensión física sea literal o efectivo. El hecho de que tal reducción se opere en el imaginario colectivo y en el seno de las instancias discursivas que establecen los límites entre lo propio y lo ajeno basta para que la categorización carnal de una colectividad resulte funcional.
NOTAS
Este artículo fue concebido como una aportación a la compilación de textos sobre Sida que he realizado para la editorial Siglo XXI y que, bajo el título Construyendo Sidentidades: Estudios desde el corazón de una pandemia, aparecerá publicada próximamente.
Aristóteles lo expresa así: «El ser vivo está constituido, en primer lugar, por alma y cuerpo, de los cuales la una manda por naturaleza y el otro es mandado (...) en los malvados o de comportamiento vicioso, puede parecer muchas veces que el cuerpo domina al alma (...) resulta evidente que es conforme a la naturaleza y provecho para el cuerpo someterse al alma, y para la parte afectiva, ser gobernada por la inteligencia y la parte dotada de razón (...) los animales domesticables son mejores que los salvajes, y para todos ellos es mejor estar sometidos al hombre (...). También en la relación del macho con la hembra, por naturaleza, el uno es superior; la otra inferior; por consiguiente, el uno domina; la otra es dominada. Del mismo modo es necesario que suceda entre todos los humanos. Todos aquellos que se diferencian entre sí, tanto como el alma del cuerpo y como el hombre del animal, se encuentran en la misma relación. Aquellos cuyo trabajo consiste en el uso de su cuerpo, y esto es lo mejor de ellos, éstos son, por naturaleza, esclavos...» ARISTÓTELES, La Política, Madrid: Editora Nacional, 1977, pp. 54-55.
Herederos de estas reducciones de carácter étnico son los prejuicios racistas todavía vigen-tes, que hacen de las razas no blancas ejemplos de corporalidad extrema (exuberancia, virilidad, sensualidad). Estamos casi ante la oposición entre naturaleza y cultura, entre anatomía y civilización, entre cuerpo y espíritu.