De cuerpos, tatuajes y culturas juveniles
RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: Actualmente esta indagación constituye el embrión de un proyecto de investigación más amplio que a la fecha también incluye producción de información empírica recabada en varias ciudades de Chile, como Iquique (norte), Valparaíso (centro), Concepción (sur), etc.
Resumen
El presente texto constituye un ensayo sociológico que tiene como soporte un conjunto de reflexiones, observaciones empíricas y entrevistas en profundidad realizadas –desde principios del año 2003 en la ciudad de Santiago– tanto a jóvenes que tienen por oficio el practicar el arte del tatuaje en los cuerpos de otras personas (la oferta), como a diversos actores juveniles urbanos que han asumido como opción la alteración de sus cuerpos a través del tatuaje (la demanda), o bien, el piercings, entre otras formas de modificación corporal. Por ello interesa comprender ¿Qué es el tatuaje?; ¿Cuándo aparece históricamente esta práctica cultural a ratos indefinible?; ¿Cuáles son los significados asociados a este deseo milenario de alterarse con caracteres imborrables la memoria del cuerpo?; ¿Cómo es apropiada dicha práctica por las culturas juveniles contemporáneas?, donde –por una parte– se configuran las tensiones entre la masificación de las marcas sobre la piel juvenil y la industrialización a la carta del trazado anatómico y, por la otra, la producción de una alteridad juvenil dura, donde el sentimiento de pertenencia grupal, la opción por la estética minoritaria de los bordes y la reivindicación del cuerpo como territorio radical para la reinvención de sí mismo, hacen sentir su potencia espesa y su vibración maquínica sobre la epidermis de la ciudad. En fin, sólo preguntas que me sirven como pretexto para avanzar en el tatuado zigzagueante de estas pálidas texturas que hoy me detienen y también me retienen un poco, sobre el avance hacia otros cuerpos que esta ciudad no alcanza a contener.
Palabras clave: Cuerpo, tatuaje, ego juvenil, estetica minoritaria.
Abstract
This paper constitutes a sociological essay based on a series of reflections, empirical observations and comprehensive interviews made since 2003 in the city of Santiago, both in relation to youth that practice the art of tattooing the bodies of other people (the offer), and several young urban actors who have accepted the option of altering their own bodies with tattoos (the demand), or ear and body piercing and other body modifications. In relation to this it is important to understand what a tattoo is, when this practice occurred historically, what significance is associated with this milenium desire to alter the body with indelible characters, and how or why this practice is appropriate in contemporary youth cultures in which on the one hand the tensions between massification of markings on the skin of youth and the industrialization of anatomical tracing, and on the other, the production of a lasting juvenile alter ego, where the sentiment of belonging to a group, the option for minority esthetics and the revindication of the body as radical territory for the reinvention of onesself, makes one feel his own mechanical power and vibration on the epidermis of the city. Finally, only questions remain that serve as a pretext for advancing in a zig-zag tattoo in pale textures that today detain me and retain me a little, over the advance of other bodies that the city does not manage to contain fulfill them.
Key words: Body, tattoos, juvenile ego, minority esthetics.
I. Trazando (con) textos
Antes de introducirnos en las temáticas a las que nos convoca el presente texto me parece conveniente preguntarse ¿Qué es un cuerpo?, o bien, ¿Si el cuerpo está en la naturaleza o en la cultura? En ese sentido, las preguntas podrían producir otras direcciones en el texto, que por cierto, superan el azar que me disciplina a escribir sobre las intensidades que caracterizan a las culturas juveniles y a la práctica del tatuaje. Sin embargo, pareciera ser que uno tiene un cuerpo, pero también uno es un cuerpo, o bien, uno es el cuerpo que tiene. De ahí que el cuerpo sea, más que un hecho dado de la rea-lidad, una presencia y una experiencia vivida, pues el cuerpo se construye socioculturalmente, y en ese sentido al tener un cuerpo también produzco un cuerpo. Con todo, el cuerpo constituye un campo cosificado por la racionalización moderna, pues el cuerpo se configura en objeto de poder y de saber a través de diferentes tecnologías y dispositivos imbricados en las diversas capas del tejido social.“El cuerpo se convierte en un campo de fuerzas que son tanto activas como reactivas. El cuerpo forma parte del proceso total de la voluntad de poder y la voluntad de saber. El cuerpo no es un hecho biológico dado de nues-tra presencia en el mundo, sino una visión, un objetivo, un punto de llegada y salida para las fuerzas que conforman la vida” (Turner, 1989: 15).
En ese mismo registro, la historiadora chilena María Angélica Illanes plantea al cuerpo como una experiencia que circula más allá de las fronteras de lo anatómico, pues el cuerpo configura ante todo una categoría cultural a través de la cual “podemos identificar una determinada visión de mundo en una determinada sociedad histórica (...), porque la cultura del cuerpo constituye una clave sígnica que nos habla de una determinada sociedad y de una determinada época. Se trata de una construcción humana sobre un elemento de la naturaleza. La sociedad lo modela y ha sido objeto de cambio” (2002: 8).En el marco de la cultura occidental, para Foucault (1990) en las socie-dades premodernas la subordinación y el castigo del cuerpo se ha ligado es-trechamente, por ejemplo, con el control de la sexualidad femenina a partir del dispositivo familiar-patriarcal, que tuvo la función de organizar la distri-bución de la propiedad en un sistema de primogenitura. Mientras que, en las sociedades modernas las prácticas ascéticas del protestantismo y el imperio de las disciplinas sobre el cuerpo, suplantaron las negaciones del monaste-rio por las tecnologías de la vigilancia de la vida cotidiana, en contextos como el de la familia, la escuela, el hospital, la cárcel y la fábrica.Por último, la actualidad de las sociedades posmodernas ha inaugura-do un modo de socialización y de individuación inédito para el cuerpo, que rompe con el cuadriculado instalado desde los siglos XVII y XVIII.
Este modo de socialización se expresaría en una explosión del proceso de personalización que va poniendo en crisis las socializaciones disciplinarias que caracterizaron a las sociedades fundadas en la idea de progreso. En ese sentido, podemos decir que mientras la sociedad moderna se obsesionó con la producción y la revolución, la sociedad posmoderna hizo lo propio con la información y la expresión (Lipovetsky, 2000). Es precisamente en este último contexto donde el cuerpo se va configurando en un objeto de culto, proceso que se expresa a través de una gama compleja y múltiple de prácticas biopolíticas (Foucault, 1987), que tienden a controlar y normalizar soterradamente a las poblaciones con el fin de domesticar políticamente los cuerpos y rentabilizarlos económicamente. De ahí que surjan estos micro fundamentalismos por la salud, los chequeos médicos, los productos farmacéuticos, la higiene, las luchas contra la obesidad y la anorexia, etc. Pues de lo que se trata es de combatir la degradación corporal y de mantener el cuerpo tonificado y hermoso a través de masajes, de-porte, saunas, comidas dietéticas, solarium, regímenes para adelgazar e incluso reciclarlo quirúrgicamente cuando las posibilidades lo permitan. Ahora bien, es en este marco socio-cultural en el cual deseo imprimir las velocidades de este texto, que en rigor pretende hablar de cómo, en el contexto de las culturas juveniles urbanas, las prácticas del tatuaje y en ge-neral de las perforaciones corporales, se nutren también de las construcciones sociales que las diferentes épocas realizan sobre los cuerpos y cómo se van convocando memorias y promoviendo tensiones que re-dibujan los imaginarios del cuerpo para diferentes grupos de jóvenes urbanos.