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CUERPO Y TRANSGRESIÓN. Cindy Sherman y la visión fotográfica de la mutación humana


¿Qué imagen se proyecta en el arte contemporáneo de la corporalidad? ¿Qué concepción se tiene de la naturaleza humana? ¿A qué tipo de transformaciones se está sometiendo el cuerpo humano? Dicho de otro modo, ¿cuáles son las coordenadas que, hoy en día, fijan los diferentes procesos de construcción de las identidades de género y transgénero? Sin duda, un tema complejo que ha sido abordado desde las más diversas corrientes de la mal llamada postmodernidad. Una etiqueta de mercado que bajo un mismo rótulo reúne un conglomerado no siempre congruente de múltiples posiciones teóricas que encontramos en las prácticas artísticas y, más generalmente, en la crítica cultural y en la filosofía.2


Desde la crítica literaria y la teoría estética, pasando por el posestructuralismo francés y las diferentes corrientes feministas hasta los movimientos queer y el mundo cyberpunk de la Nueva Carne se insiste una y otra vez en la misma idea: la disolución del sujeto, la fragmentación del yo, la dislocación de la subjetividad, la fungibilidad de las identidades, la contingencia de los roles sociales y, en términos más apocalípticos, la mutación del ser humano. Distintas formas de expresar un mismo fenómeno que se halla en estricta correlación con la muerte de Dios (Nietzsche), la muerte del autor (Barthes), la muerte del hombre (Foucault), la muerte de la historia (Fukuyama), la muerte de las grandes narrativas (Lyotard), la muerte de la metafísica (Derrida) o la muerte del arte (Danto). Los trabajos de mujeres artistas como Barbara Kruger, Sherrie Levine, Jenny Holzer, Annette Messager, Guerilla Girls o Cindy Sherman retratan muy bien la fragilidad de lo que los anglosajones llaman the self, realizan un crudo diagnóstico de la creciente descomposición del tejido social y practican una constante hermenéutica de la sospecha. En definitiva, rebasan los límites socialmente establecidos sobre el sexo y el género, invalidan el imperativo heterosexual de la sociedad patriarcal y cuestionan abiertamente los simulacros mediáticos, las estrategias publicitarias o el discurso falocéntrico.En este sentido, las series fotográficas de Cindy Sherman de la segunda mitad de los años ochenta y principios de los noventa –en concreto, Disastres (1986-1989) y Sex Pictures (1992)– ilustran de una manera tremendamente gráfica la metamorfosis humana y social que se está produciendo en una sociedad del consumo que reduce toda la realidad a un juego de apariencias, de ficciones, de artificios (Baudrillard, 1993 y Jameson, 1998). Es más, no hay realidad última ni existe un fundamento ontológico detrás de las apariencias, de los juegos del lenguaje, de los conglomerados de poder. El arte –al igual que el vídeo, el ordenador, la televisión, el cine o la publicidad– se convierte así en un generador de mundos simulados y ficticios. En este contexto, el cuerpo femenino se virtualiza a través de la publicidad, se evapora ante el ritmo fugaz de las modas, se digitaliza por medio del ordenador, se recompone con ayuda de la fotografía o se desublima en una performance.


El arte de transvanguardia abandera un estilo ecléctico, decorativo, lúdico y heterogéneo que está determinado por la lógica del vacío, de la moda y de la mercadotecnia(Lipovetsky, 1996).Siguiendo el patrón de los ready-mades de Duchamp, las particiones de Rothko o las repeticiones modificadas de Warhol, encontramos una serie de propuestas artísticas que se alzan contra el mito moderno de la originalidad y de la inspiración aurática. Sherman y las artistas citadas anteriormente ensalzan el valor anónimo de toda imagen y abrazan como modelo de realidad la simulación, la ficción, la ironía, la mascarada, la apariencia o la hiperrealidad. En una palabra, el sujeto soberano de la modernidad se ha fragmentado, se ha disuelto en un archipiélago de infinitas yoes, ha perdido su papel de plataforma sólida de todo saber para acabar convirtiéndose en una variable más del discurso.3 El resultado final es que se distorsionan los límites entre el cuerpo real y el cuerpo virtual, se diluyen las diferencias entre el mundo real y el mundo representado, se desvanecen cada vez más las fronteras que separan la realidad de la ficción. Nos hallamos, pues, ante un panorama que confirma la llegada del cyborg y apuesta por la performatividad del cuerpo humano.


Butler y la performatividad del cuerpo


Los diferentes trabajos de Judith Butler insisten en la necesidad de invertir las prácticas discursivas masculinas dominantes, de sacudir las estructuras de inteligibilidad que limitan, cuando no determinan, la formación de la identidad de otros colectivos (trátese de mujeres homo o heterosexuales, de hombres homo o heterosexuales, de travestidos o transexuales). Frente a los procesos de normalización que emanan del poder masculino, se ensalza la capacidad crítica del sujeto.4 El sujeto, tanto masculino como femenino, no es una cosa, no es una substancia fija e inmutable; más bien, se despliega, se realiza a través de un constante proceso de resignificación.


En otras palabras, el género es performativo, se configura a través de múltiples actos de habla, lo que significa que el género es un hacer que no remite a un sujeto anterior y garante de la acción. ¿Qué implica tener una visión performativa del género? De entrada, reconocer el papel central que juega el lenguaje en la vida humana: un medio fundamental para aprehender e interpretar la realidad, un elemento primordial para comunicarnos con los otros, un instrumento básico para articular y expresar nuestras vivencias. El lenguaje, al margen del uso pragmático-comunicativo que podamos hacer del mismo, ejerce una importante función normativa sobre nuestros pensamientos y actos a la hora de abrir unos determinados ámbitos de significación en detrimento de otros.


En sintonía con la tesis foucaultiana de que el lenguaje es una de las principales vías de manifestación del poder, Butler habla de un acto de cierre, de prohibición, de clausura (Butler, 1997: 137). En otras palabras, se produce una anticipación de sentido que gobierna, regula, codifica nuestra comprensión del mundo. La acción del sujeto (agency) escapa al control del sujeto mismo, pues éste queda neutralizado por la fuerza uniformadora y disciplinaria del lenguaje. Somos performados por el lenguaje, estamos preconfigurados lingüísticamente, somos parte integrante de un mundo simbólicamente estructurado.



NOTAS


1 Este texto fue presentado en el Seminario “Tecnología y posthumanidad: la artificialidad del

ser”, celebrado en la Universidad Autónoma de Barcelona (diciembre de 2002).

2 Para más información sobre las contradicciones internas de la postmodernidad, véanse, entre

otros, Huysen y Wellmer, ambos en Pico (ed.) (1988); Thiebaut en Bozal (ed.) (1996) y Reed

en Stangos (ed.) (2000).

3 Sobre las consecuencias que esta disolución del concepto de autor tiene sobre la teoríaliteraria, cabe consultar Barthes (1987).


Otra INFO del autor:

Web: http://www.uab.cat/web/el-departament/jesus-adrian-escudero-1260171816513.html



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