Cuerpos y Metáforas. Estudio de los significados culturales del cuerpo y las sexualidades juveniles
RESULTADO DE INVESTIGACIÓN: “Los cuerpos y sus metáforas” nos informa y nos ofrece la oportunidad de conocer, reflexionar e intercambiar puntos de vista respecto a los significados que le otorgan los jóvenes chilenos a la sexualidad. Es un estudio realizado en el norte de Chile y por lo tanto en una región de historias singulares que muestran que no hay una única juventud ni tampoco un único/a joven.
Prólogo
En el camino de la vida moderna, los jóvenes emprenden el recorrido de una ruta adversa. No solamente por los múltiples escollos que les pone el capitalismo, sentido y practicado en clave neoliberal, sino porque en el proceso de búsqueda de su independencia individual, intentan presentarse ante el mundo como personas seguras de sí mismas, o sea deben ser capaces de enfrentar adversidades según las exigencias de una vida simultáneamente abierta y llena de determinaciones. Vestidos entonces de un cuerpo valorado por la sociedad y valorizado por el mercado, los jóvenes se enfrentan a un estatus de sujeto no egresado de la infancia, que los deja al borde de una estructura donde juegan con las prohibiciones (Le Breton, 1991). Su envoltorio corporal se arma y se desarma en torno al eje de ser algo-niño/algo-joven y se abre al nacimiento de una confusa juventud, atrapada en la duda de sus pasiones y la certeza de su identidad. A ello contribuye la paradoja conformada por los discursos parentales sobre la protección de quienes consideran niños/as, y los mensajes sexualizados que suministran los medios sobre la valoración de la juventud como edad de la fuerza, la producción y la belleza.
En este marco, la publicación del libro “Los cuerpos y sus metáforas” nos informa y nos ofrece la oportunidad de conocer, reflexionar e intercambiar puntos de vista respecto a los significados que le otorgan los jóvenes chilenos a la sexualidad. Es un estudio realizado en el norte de Chile y por lo tanto en una región de historias singulares que muestran que no hay una única juventud ni tampoco un único/a joven. El trabajo científico tejido tras los artículos que leemos, sostiene la calidad de un libro que emerge de un equipo de investigación comprometido por construir una reflexión tejida con las voces de los/as jóvenes mismos y analizada con herramientas que examinan desde adentro, lo que generalmente suele hacerse desde afuera. Principalmente desde el afuera de los cuerpos jóvenes, lugar privilegiado de inscripción de acontecimientos, sentimientos y emociones adheridas a la sexualidad de los seres humanos.Podemos entender como cuerpo a “la pesadez occidental” declarada por Le Goff (2003) que incorporada como habitus, nos posiciona en el campo de la vida para hacernos más o menos disponibles a ella. Somos un cuerpo que asiente o resiste a la construcción capitalista, como nuevo ideal del ‘imperio’ que se ejerce sobre él, en tanto cuerpo-carne. Tenemos un cuerpo que se desarma con la contaminación, la alimentación y las exigencias del trabajo. Nos cubre, pero como tela fabricada por las desigualdades que, sin embargo, vestimos para informar del sistema de deberes que lo obliga: “a jugarse repetidamente, como herramienta y como soporte de toda práctica, que simultáneamente se produce como una forma corporal determinada” (Berthelot, 1983, p. 128). Entonces, las reglas del juego a las que el cuerpo ingresa, develan que el individuo no puede ser examinado exclusivamente desde lo biológico y lo anatómico, pues es reubicable como cuerpo en el campo geográfico, económico y social, que influye sobre la formación del cuerpo y la percepción de sus sensaciones. Los procesos de socialización actualizan y reactualizan sus funciones biológicas, tal como advierte Mauss en las “técnicas del cuerpo”, cuando la mediación de la educación y del trabajo cambian su forma con las normas y valores que cada sociedad particular escribe sobre él. El cuerpo es una forma que contiene diferencias radicales y por lo tanto, es una forma desigual que depende de condiciones económicas y sociales en las que se desarrolla, medidas principalmente en la enfermedad como en la muerte que juguetea con el tiempo al vociferar “la esperanza de vida”.
Estas desigualdades sociales son múltiples y variadas. Forman una larga fila social que se afina con el paso del tiempo. Ricos y pobres no viven ni mueren del mismo modo: ni en el mismo país, ni en los distintos continentes, ni en las distintas clases sociales. Y en Chile, el escenario anunciado del espectáculo triste que establecen los mercados de la vida, exhibe la producción de variadas siluetas: más grandes, más delgadas y más sanas, según sea el monto del dinero a pagar por el publicitado “cuerpo sano”.La sexualidad, siendo social y corporal, forma parte de esta fila desigual de la cual no escapa, debido a condiciones de una producción que va más allá de lo sexual, lo sexuado y la sexualización, como un proceso de fases y consecuencias todavía poco documentadas, que no consigue distinguirse de la sexualidad con la a menudo se confunde. La sexualización emerge de los excesivos mensajes sexuales transmitidos por los medios para conseguir sus ratings, del aumento de programas de contenido sexual y de la proliferación de soportes mediáticos: libros, revistas, computadores, tablets y celulares colmados de imágenes y situaciones sexuales ofrecidos a la población. La invasión de programas protagonizados por mujeres y hombres jóvenes, admirados por sus performances sexuales, aporta en la explicación sobre el descubrimiento de la sexualidad ligado a la competencia y al rendimiento sexual, más que al descubrimiento íntimo del cuerpo y de sus emociones (Marzano, 2010). El deseo parece entonces agotarse con la irrupción de cuerpos expuestos y sexualizados superficialmente, que excluye al erotismo como misterio de la sexualidad humana, como el acceso al otro que implica el acceso al sí mismo, en un encuentro singular, donde distintos factores del cuerpo juegan en la intimidad integral que supone lo inaccesible.La producción sexualizada impacta en los niños/as que construyen representaciones de apariencia sexualizada y codificada por la seducción que arrojan estos cuerpos jóvenes: la imagen la vende un/a joven, generalmente preadolescente, convertido en objeto mercantil.
La imagen ya fetichizada, posteriormente comprada y cada vez más difundida, termina formando parte del habitus de otros/as jóvenes y los adolescentes involucrados en esta maraña usan técnicamente su cuerpo, es decir usan sus movimientos y gestos, en una constante demostración que nos invita a examinar la sexualidad vendida en una sola “parte” del cuerpo, ahora sexualizada y separada de él. Russel y Tyler estudian este problema en la producción de la “girl power” y el cuidado de la apariencia femenina para el poder seductivo. Lo mismo ocurre con el impacto de “Lolita”, como forma sexualizada que produce el deseo masculino. Esta sexualización precoz, tejida en estereotipos como éstos, se confirma en nuestro país con los datos del Instituto Nacional de la Juventud: la edad de la primera relación sexual es de 16,7 años en promedio, tres cuartas partes de la población está sexualmente iniciada respecto a un cuarto que no lo está y muy pocos jóvenes usan un método anticonceptivo en su primera relación sexual. Puede agregarse que un tercio de la población declara haber tenido la vivencia de un embarazo no deseado.Influenciados por los pares y los modelos mediáticos sexualizados, los jóvenes buscan ser como ellos/as, es decir tratan de ser “normales” intentando estar a “a la altura”, arriesgando la construcción de relaciones teñidas por el artificio del momento. Esta búsqueda, a veces desesperada, se traduce en una hipersexualización organizada en la omnipresencia de la sexualidad puesta en publicidades, canciones, bailes, modas, etc., que desestabiliza principalmente a las mujeres adolescentes, empujándolas a entrar en la dinámica manipuladora mediática. Estaríamos frente a una hipersexualización que reduce la identidad individual únicamente a la identidad sexual, para convertir la sexualidad en un espectáculo de consumo que desecha los sentimientos y las emociones propias que la caracterizan.Los jóvenes, socializados en un proceso dinámico y continuo de relaciones entre los sexos y, el “sexo”, como categoría socialmente construida, manifiestan una socialización sexuada donde intervienen estereotipos y prácticas sexuadas que les sirven como modelos de identificación que entregan referencias y significantes culturales a cada sexo.
La sexualización se define entonces como una construcción identitaria, apoyada en un modelo de sexo construido desde estereotipos sexuales y sexistas, como: “la acción que consiste en dar un carácter sexual a un producto o a un comportamiento que no lo posee en sí” (Bouchard y Bouchard, 2004, p. 2). Pero, ¿qué es el cuerpo/ cuerpo para jóvenes que lo entregan con su palabra?, ¿de qué modo lo practican?, ¿lo consideran propio o ajeno?, ¿lo sienten como cuerpo singular de un/a joven del norte/en el norte de Chile? Muchas preguntas sin duda, pero que brotan empujadas por la significación y las representaciones del “cuerpo joven del norte” en el norte mismo. Como los cuerpos masacrados de las jóvenes secuestradas en Iquique, los cuerpos descuartizados y santificados de mujeres de Calama, los cuerpos desaparecidos que las mujeres buscan en el desierto y los otros cuerpos, desaparecidos también, que aparecieron porfiados e intactos. O como los cuerpos nunca encontrados del siglo XIX y del siglo XX, probablemente tendidos bajo el polvo helado del desierto. O los castigados por el trabajo minero, cuerpos desechables que explotan porque se explotan sin que sus muertes provoquen asombro.Podríamos pensar algunas de estas preguntas como esas metáforas al que el libro alude y a las pistas que nos dan sobre el cuerpo, como lugar textual donde lo político se dice, donde se hace visible y legible el nudo de ideas y de discursos que nos llegan en una historia social que busca ser conocida, explicada, comprendida. Podríamos abordar al cuerpo como una metáfora ya no muerta sino viva (Ricoeur, 1975), para buscar en los cuerpos la invención de la sociedad antes de la marca de su clausura institucional. Esta vez en el Norte. Únicamente.
María Emilia Tijoux Merino