El cuerpo como territorio de la rebeldía
La relación de Julie Barnsley con el cuerpo ha evolucionado de la praxis creativa –a la que ha dedicado treinta años de carrera artística– al estudio científico y la reflexión teórica de la danza como disciplina humana cuestionadora y transformadora.
Bailarina de personalísimo registro interpretativo, gesto desgarrado y orgánica expresividad, formada dentro de los preceptos de la danza de Occidente, al iniciar su tránsito por los siempre inseguros caminos de la creación coreográfica buscó una comunicación escénica alternativa en los códigos de un nuevo teatro que abordaba el cuerpo desde una perspectiva ideológica no formalista y en la danza oriental que avivaba el espíritu y le devolvía al movimiento su primigenio sentido ritual.
Para ella, la danza ha sido, ante todo, un inaplazable proceso a través del cual ha profundizado con dolor y con negro humor en la interioridad humana, así como en los grandes mitos de la sociedad contemporánea occidental. Sus obras indagan en situaciones emocionales extremas, en conflictos insalvables y en relaciones improbables y aniquilantes. La codificación de su lenguaje artístico, tras el logro de un sello personal, ha acusado el influjo de aquellas mujeres irreductibles que a principios del siglo XX visionaron y concretaron la modernidad en la danza escénica, a quienes admira con devoción.
Desde las complejidades de su laboratorio creativo, surgió a mediados de los años 80 un icono estético que se convertiría en referente de la danza contemporánea venezolana que a partir de esa década hizo fuerte eclosión. Acción Colectiva, su proyecto institucional fundamental, señaló con contundencia los alcances de un movimiento que privilegiaba sustancialmente el espíritu humanista en la escena.